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Antonio Robles

¡Pobre Dalai Lama!

En su intervención se conformó con pedir autonomía para el Tibet, que no independencia y recalcó la suerte de Cataluña por la suya. Ni un guiño a las señales nacionalistas del presidente del Parlamento, ni una frase para sacar de contexto.

Le miré con resignación. Allí, a unos pasos de mi mirada, el Dalai Lama escuchaba al presidente del Parlamento de Cataluña, Ernest Benach, en un acto institucional para vender la misma historieta de siempre: Cataluña, pueblo perseguido, la independencia y con el Dalai Lama de cuerpo presente, la paz. Era la víspera del 11 de septiembre de 2007, esa fiesta "nacional" inventada sobre una derrota inexistente para imponer la concepción de media Cataluña sobre la otra media. La naturaleza goyesca de España me recuerda cada vez más a la de Cataluña. Si, como dice Carod Rovira, Cataluña consigue bingo en 2014, desde ese mismo momento será Cataluña una España en pequeño con un problema idéntico: su pluralidad.

A lo que iba, por la mañana los periódicos daban cuenta de los intentos de Carod Rovira de implicar al Dalai Lama en los afanes independentistas de Cataluña. Ya saben, el Tibet es territorio aplastado por el imperialismo chino, ergo, Cataluña es el Tibet: "El deseo normal que todos los pueblos del mundo comparten" de "querer vivir en paz y en libertad". Así tradujo su entrevista en el Palacio de Pedralbes ante los medios de comunicación.

Vuelvo a lo que iba. Allí, en los pasos perdidos del Parlament de Cataluña, el Dalai Lama sonreía el discurso interesado del presidente del Parlamento. "¡Pobre Dalai Lama!", pensé para mi. ¡Qué encerrona! Como si fuera un vulgar ratoncillo de indias, todo estaba dispuesto para utilizar su paz interior y su felicidad exterior en beneficio de la nación catalana. No picó. En su intervención se conformó con pedir autonomía para el Tibet, que no independencia y recalcó la suerte de Cataluña por la suya. Ni un guiño a las señales nacionalistas del presidente del Parlamento, ni una frase para sacar de contexto. Al contrario, el pobre maestro espiritual del Budismo pronunció en dos ocasiones la palabra España. No importa, la traductora de su inglés internacional no sabía que Spain significaba España y prefirió omitirla. Las ventajas de estar en un entorno donde País Vasco y Cataluña sobran y bastan para traducir a un líder extranjero.

Después, en la intimidad del despacho presidencial, a salvo de periodistas y cámaras, los pocos diputados allí presentes tomamos un refrigerio y nos fotografiamos con el papa budista. Fue entonces cuando el grupo de ERC, sacó de una bolsa de regalo al Dalai Lama una bandera independentista. El pobre incauto la fue a desplegar, pero ante el sonrojo general, Ana Simó tuvo los reflejos de volverla a meter en la bolsa y entregársela sin más.

Al final del acto de los pasos perdidos, el presidente del parlamento, Ernest Benach concluyó con una frase histórica de Ghandi: "No hay camino para la paz, la paz es el camino". Efectivamente, "no hay camino para la decencia política, la decencia política es el camino". ¡Pobre Dalai Lama!

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