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Antonio Robles

Roma no paga a traidores

"¿Creen de verdad que merezco este desprecio?". El alma implícita de la pregunta es un relato explícito de la atmósfera excluyente del chantaje nacionalista. ¿Acaso es despreciable aquel que no ha acumulado méritos catalanistas?

Una de las historias más entrañables que nos ha dejado el mangoneo en el reparto de frecuencias radioeléctricas en Cataluña, ha sido el despecho de Luis del Olmo al verse excluido por el Consell Audiovisual de Catalunya (CAC):

Tengo la Creu de Sant Jordi, la Medalla Francesc Macià, la llave de Barcelona y la Medalla de honor de la Ciudad, que me dan la semana que viene. Colaboré en toda España en la campaña Catalunya, tierra de acogida. ¿Creen de verdad que merezco este desprecio?

Los ríos de tinta que han hecho correr las arbitrariedades del CAC, nos los hubiéramos ahorrado de haber reparado en este revelador lamento de Luis del Olmo. En él queda plasmada toda la miseria moral de una época.

Siempre, en todas las situaciones de abuso de la historia, una pequeñísima parte de la sociedad se revela; la gran mayoría se adapta a las circunstancias, tienen miedo –la supervivencia forma parte de nuestros genes, es algo muy humano– y una minoría interesada o circunstancial colabora y es recompensada por el poder establecido. Este último caso es el de Luis del Olmo. Él, como ningún otro locutor de radio, colaboró con Jordi Pujol para acallar las pocas voces que a medidos de los ochenta y principios de los noventa trataban desesperadamente de denunciar la exclusión que los niños y niñas castellanohablantes sufrían en las escuelas de Cataluña. Su programa de radio, Protagonistas, era el mejor escaparate del nacionalismo lingüístico.

Una y otra vez, tantas como alguien osara colarse en sus ondas para denunciarlo, él siempre estaba al quite para persuadir a todos los españoles de que en Cataluña la convivencia lingüística era perfecta y la supuesta persecución de los derechos lingüísticos de los ciudadanos castellanohablantes, un bulo de radicales. Fueron tiempos claves, aquellos donde la inmersión era negada mientras se imponía. Aún no habían doblado la resistencia de los ciudadanos a sus prácticas de exclusión y ya era preciso apuntalar la mentira. Una y otra vez, Luis del Olmo desmintió que en Cataluña no se pudiera estudiar en español. Y cada vez que la resistencia a esa mentira afloraba a través de organizaciones como las madres de Salou (CADECA), el locutor traía a Jordi Pujol para que las desmintiera. Las madres no tenían colegio público alguno donde sus hijos pudieran estudiar en español, pero él sí tenía el favor de Jordi Pujol para premiar con frecuencias su profesionalidad contrastada.

El lamento de Luis del Olmo nos retrata el alma negra del nacionalismo catalán. Este seudofascismo posmoderno, siempre ha enmascarado sus peores deseos tras las mejores palabras y las organizaciones más humanistas. Niega lo evidente mientras lo impone y convierte a los verdugos en víctimas; en su camino hacia la esencia nacional, exige cada vez mayor subordinación, la misma que seguramente ya no puede aportar el extraordinario locutor de radio, Luis del Olmo.

En el fondo, el leonés, no es para estos nuevos inquisidores más que un españolazo disfrazado de catalanismo interesado. ¿Por qué sino –seguro que habrán llegado a barruntar– sostendría en sus tertulias a personajes tan lúcidos y contrarios a las tesis nacionalistas como Javier Nart?

Durante dos décadas, El País, el Grupo Zeta o el propio Luis del Olmo han colaborado con un catalanismo que ya sólo es nacionalismo pre-soberanista. La decisión del CAC no deja lugar para la interpretación: o se amoldan al "Espacio de Comunicación Propio" o no tendrán frecuencias: a la "limpieza lingüística" a la que no se opusieron, le sigue ahora la "limpieza mediática". Para el nacionalismo, los grupos de comunicación Prisa, Zeta, Vocento (Punto Radio-Onda Rambla), o al que ni siquiera le han dejado entrar en el mercado de las ondas radioeléctricas de Cataluña, Unidad Editorial, debían ser excluidos de ese "Espacio de Comunicación Propio" porque su incidencia mediática es española. En una palabra, estamos en tiempos pre-soberanistas donde tales medios ya no les sirven o son considerados como enemigos. "Es su naturaleza".

Luis del Olmo debería de haber reparado con mayor atención en esa sentencia tan sobada de Martin Niemöller, falsamente atribuida a Bertold Brecht, a propósito del despotismo nazi. No por lo que tenga de comparación directa, que no es comparable, sino por la capacidad pedagógica de su metáfora:

Primero vinieron a por los comunistas,
Y yo no hablé porque no era comunista.
Después vinieron a por los judíos,
Y yo no hablé porque no era judío.
Después vinieron a por los católicos, homosexuales, gitanos (...),
Después vinieron a por mí,
Y para entonces, ya no quedaba nadie que pudiera defenderme.

Si lo hubiera hecho, posiblemente habría estado emocionalmente preparado para aceptar los efectos colaterales de inversiones en hipotecas nacionalistas tóxicas. Como lo estaba La Cope.

Es entrañable que acabe diciendo: "¿Creen de verdad que merezco este desprecio?". Sin lugar a dudas, el alma implícita de la pregunta es un relato explícito de la atmósfera excluyente del chantaje nacionalista. ¿Es que alguien merece el desprecio? ¿Acaso es despreciable aquel que no ha acumulado méritos catalanistas? ¿Es que se han de acumular puntos patrióticos para merecer aprecio? O directamente, ¿podríamos llegar a comprender la exclusión si recae en quien claramente es beligerante con las tesis catalanistas? 

Bienvenido al club de los desencantados. Lástima que tenga que ser el incendio de la propia hacienda lo que mueva a las gentes a tomar partido por la dignidad.

Sr. Luis del Olmo, lo siento, Roma sigue sin pagar a los incautos. No crea que es una crítica, es la solidaridad de quienes lo fuimos antes.

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