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Antonio Robles

Terrorismo

Estados Unidos no pudo o no supo soportar el terror. Bali, Madrid, Londres aguantaron las matanzas como una fatalidad. ¿Pero qué pasaría si hay un nuevo 11-M en Europa?, ¿o dos?, ¿o tres..? ¿Cómo podríamos soportar que volaran el Museo del Louvre..?

El poder ha controlado siempre a las sociedades de una forma o de otra. Curiosamente, las armas y los sistemas del monopolio de la violencia conseguían mejor sus fines cuanto más rudimentarios eran. A medida que la tecnología ha sofisticado los sistemas de controlar y de matar, han aumentado alarmantemente las formas de boicotearlos. El riesgo de un rey en el Renacimiento era mucho menor que el del jefe de Estado de un país moderno actual. Y sobre todo, el daño que se podía infligir a una población en el pasado era mucho menor que el que ahora se puede hacer.

La guerra química primero y la bomba atómica después borraron el perímetro posible y finito del mal. Pero aún había una esperanza: Las dos se circunscribían al espacio de la guerra. Desde el 11-S y el 11-M esa frontera también se ha difuminado. Bombay nos lo ha vuelto a recordar. Todo y todos estamos en peligro. El terror ha conseguido alcanzar su objetivo último: Convencer a las gentes que nada ni nadie podrá salvarlas si deciden generalizarlo.

Las democracias formales no tienen capacidad para frenar este monstruo. Podían vencer a Hitler, pero carecen de medios materiales para erradicar el terrorismo indiscriminado. Hasta en esta perversión moral hay diferencias: No es lo mismo señalar a una víctima y matarla, que poner varias bombas en un tren y hacerlo saltar por los aires. En el primer caso aún se puede controlar porque hay una lógica racional y finita del mal, en el segundo no, porque para las autoridades y las sociedades todo se convierte en azar. No hay sectores sociales, personas, lugares a salvo, nadie puede escapara al terror.

La arquitectura social de nuestras sociedades modernas ahondan el problema porque están a merced de cualquier constipado. Una ciudad como Barcelona o Madrid pueden empezar a padecer penuria al tercer día de no poder llegar a sus mercados los miles de camiones con las necesidades básicas para comer. Cualquier transporte es inevitablemente colectivo, los colectores de aguas de nuestras ciudades podrían ser envenenados con suma facilidad. La mano de un solo loco podría incendiar nuestros bosques al unísono con trampas dejadas con antelación y controladas por mecanismos de la última generación científica. Una caída de tensión puede dejar todos nuestros sistemas de vida inoperativos y nosotros a merced del caos.

Es tan fácil sembrar la muerte por doquier y por cualquiera que nuestros Gobiernos y nuestros sabios deberían poner recursos y tiempo para pensar las formas políticas de enfrentarse a su degeneración. Porque… ¿Qué pasaría si los atentados se generalizasen?

Estados Unidos no pudo o no supo soportar el terror. Bali, Madrid, Londres aguantaron las matanzas como una fatalidad. ¿Pero qué pasaría si hay un nuevo 11-M en Europa?, ¿o dos?, ¿o tres..? ¿Cómo podríamos soportar que volaran el Museo del Louvre..?

Afortunadamente nada de eso es probable, pero sí posible. Negarse a pensar esa posibilidad es negarse a estar psicológica, política y materialmente preparado para contrarrestar sus males.

La democracia actual carece de conceptos políticos y justificaciones morales para enfrentarse a ese vendaval. Habremos de empezar a pensar fórmulas adecuadas antes que el terror del terrorismo convierta a nuestros ciudadanos en carnaza totalitaria.

No busquen coartadas, nuestra naturaleza no es peor ahora que antes, son las complejas sociedades modernas y su tecnología las que han dado una oportunidad al mal.

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