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Antonio Robles

Una vida hipotecada

¿Por qué el terreno representa tanto en el coste de un piso? Pregúntenlo. ¿Por qué hay muchos propietarios que no alquilan su piso? Pregúntenlo.

Vivimos en una sociedad aparentemente justa, aparentemente rica, aparentemente libre. Aparentemente vivimos mejor que hace diez años, veinte años. Aparentemente nuestros hijos tienen un futuro más seguro. Aparentemente.

Barcelona, 1980. Isabel y Roberto se compran un piso. La decisión fue larga y muy meditada. Pretendían alquilar, querían vivir su matrimonio libre de cargas hipotecarias que le permitieran vivir la vida. Pero al final, después de muchas sumas y restas, decidieron comprar un piso. Dos millones de las antiguas pesetas de entrada y el resto a pagar en los doce años siguientes. Se echaron las manos a la cabeza. ¡Una hipoteca de doce años!

El piso no era una cosa del otro mundo, un cuarto de baño, cocina, terraza grande y tres habitaciones. De momento no estaba mal, pero le faltaban unos metros cuadrados. La realidad se imponía y de momento no era posible estirar las pesetas. En la mente de Isabel quedó la esperanza de vender en cuanto pudieran, poner otros dos millones y con lo uno y lo otro ganar en calidad de vida.

Aparentemente el futuro sería más fácil. Pasó el tiempo, los pisos comenzaron a subir mucho más que la vida y todos los que poseían en propiedad una vivienda se congratularon de su suerte. Pronto les darían tres, cuatro, siete veces más de lo que pagaron por ella. Un negocio redondo.

Barcelona, 2006. Sebas, el hijo mayor de Isabel y Roberto acaban de pedir una hipoteca al banco. Necesita 70 millones de las antiguas pesetas. No será mejor que el piso de sus padres, pero sí muchos más los años de hipoteca. 35 en total. Su sueldo y parte del de su compañera irán íntegros al pago mensual de la hipoteca. El resto para comer y otros gastos. Y suerte, ellos han podido embarcarse en una aventura de décadas hipotecarias. Hay quien no. Mejor dicho, hay muchísimas parejas que de ninguna manera.

Isabel acaba de enterarse que los pisos de su finca valen 80 millones. ¡Qué montón! Seguro que si lo vende podrá encontrar otro mayor y más céntrico. Así lleva dos semanas, pero anda un poco decepcionada. Cuando lo compró por los años ochenta podía haberlo cambiado por otro de muchos más metros cuadros añadiendo a la venta del primero uno o dos millones más. Pero ahora si vende el suyo y quiere otro mejor habrá de poner 20 o 30 millones más. O sea, habría de hipotecarse para el resto de su vida.

Alguien se está enriqueciendo en desmesura a costa de cargar sobre la gente común 25 años más de hipoteca que hace 25 años. Los padres de Sebas creían haber hecho un gran negocio al enterarse de lo mucho que valía hoy aquel piso que en el 1980 les costó sólo 5 millones de pesetas. No se daban cuenta que tal negocio es quimera. Es un bien innegociable, lo necesitan para vivir. Sólo quienes tienen varios o muchos pueden multiplicar sus ganancias. El resto de los mortales, o sea, casi todos, la rentabilidad del ladrillo los ha convertido en esclavos de por vida del agujero donde viven.

¿Cuál es el coste real de la construcción de un piso sumando mano de obra, materiales e impuestos? Pregúntelo.

¿Por qué el terreno representa tanto en el coste de un piso? Pregúntenlo.

¿Por qué hay muchos propietarios que no alquilan su piso? Pregúntenlo.

¿Por qué casi nadie en España opta por el alquiler? Pregúnteselo.

¿Por qué las políticas municipales no renuncian a la especulación del espacio público?

Siga preguntando, es posible que no le sirva para nada, pero le amargará un buen rato. Algo es algo.

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