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Antonio Sánchez-Gijón

Arabia Saudí en el disparadero

El régimen de Riad figura en la segunda línea de objetivos del movimiento revolucionario islámico encabezado por Ben Laden, después de los Estados Unidos. Las debilidades de la estructura política interna de Arabia Saudí se hacen evidentes en el vergonzante apoyo que su gobierno presta a la coalición anti-talibán, temeroso de que surja en el interior del país un movimiento de contestación opuesto a la cesión de territorio a las fuerzas armadas de la coalición internacional.

Arabia Saudí ha reculado siempre ante la posibilidad de elevarse política y militarmente a la altura de su importancia como principal proveedor de energía en el mundo. Sus fuerzas armadas no constituyeron un factor disuasor ni de la guerra Irán-Irak de los años ochenta, ni de la invasión iraquí de Kuwait; tampoco fueron capaces en 1991de echar a los iraquíes de la ciudad fronteriza de Jajfi, y las fuerzas de Estados Unidos tuvieron que hacerlo por ellos. La defensa del reino, después de gastos militares astronómicos, tuvo que ser “contratada” a Estados Unidos, dice expresivamente un gupo radical de oposición, situado en Londres, que lanza mensajes incendiarios desde su web en Londres.

Hoy, Arabia Saudí tiene un presupuesto de defensa más de tres veces superior (20.000 millones de dólares) al de Irán, y más de doce veces superior al de Irak. Su fuerza aérea casi triplica la de Irán, y podría aniquilar lo que queda de la iraquí en pocas horas…, con tal de que se decidieran alguna vez a usar su poder militar. Su única inferioridad fundamental consiste en el muy inferior número de fuerzas de tierra; esto, como otras fuerzas armadas en el mundo muestran, no es necesariamente una desventaja decisiva, y en algunos casos puede ser una ventaja.

Las potencialidades de Arabia Saudí como nación se hallan seriamente limitadas por el conflicto entre modernidad e integrismo que atenaza en mayor o menor grado a casi todas las naciones árabes y musulmanas. El juego de equilibrio de la dinastía reinante ha consistido en construir ciudades, autopistas, hospitales y comunicaciones, y en entorpecer a toda costa la emergencia de una conciencia nacional abierta a la modernidad, diferenciada de la comunidad en la religión. Irán, que declara ser una sociedad basada en los principios religiosos, posee una fuerte conciencia nacional. Irak igualmente la posee, con total disociación del factor religioso. Los esfuerzos de modernización material, más los extravagantes privilegios que se reservan los gobernantes y los grupos en que se apoyan, han dejado al país con un deuda que sus enemigos estiman en 200.000 millones de dólares. En años recientes el nivel de vida ha descendido sensiblemente, dando pábulo a un resentimiento fácilmente explotado por el extremismo fundamentalista, para el que los píos y rigurosos principios islámicos practicados por el gobierno saudí son puro acto de hipocresía.

El desafío del extremismo islámico encabezado por Ben Laden, sin embargo, trata de minar al régimen de Arabía Saudí, no por el lado de la modernización, sino al contrario, por el de la más negra reacción. Este atraso podrá tener efectos perjudiciales a la larga para las posibilidades de elevar a Arabia Saudí al rango de potencia estable y significativa en la región. Entretanto, no puede ser mirada sino con aprensión la capacidad de dominar ciertos aspectos de la tecnología moderna, mostrada por los terroristas del 11-S.

La unión de un movimiento revolucionario apoyado por las fuerzas armadas saudíes con el amplísimo arsenal de armas que posee el país tendría las más inquietantes consecuencias para el equilibrio de esta región y del mundo. Ben Laden y los suyos, con certero instinto estratégico, lo perciben perfectamente. El gobierno saudí también lo percibe; de ahí la severa advertencia hecha recientemente a las fuerzas de seguridad en contra de alentar cualquier simpatía por la organización terrorista. Se ha identificado un amplio sentimiento de insatisfacción y anti-dinástico en el sudoeste del país. Cabe preguntarse cuántas veces más el gobierno de Arabia Saudí se escabullirá de resolver las arduas disyuntivas ante las que se encuentra.

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