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Antonio Sánchez-Gijón

Despertar militar

Alemania está proyectando su poder militar sobre amplias regiones del mundo. Al contrario que en otras épocas, las naciones occidentales aplauden. Dos fragatas y cuatro buques auxiliares navegan hacia el mar Rojo; este despliegue supone la participación de 1.250 efectivos. Hombres y barcos van en apoyo de la coalición antierrorista liderada por los Estados Unidos. Otro medio centenar de efectivos de guerra ABQ se desplazarán próximamente a Kuwait para reforzar el sistema de control de armamentos impuesto a Iraq por las NN. UU. Varios centenares de soldados se desplazarán a Afganistán para componer la fuerza de asistencia internacional, liderada actualmente por los británicos. En otro desarrollo significativo, el ministro alemán de Defensa, Scharping, anunció recientemente la adquisición de 73 grandes aviones de transporte militar A-400M. Esta noticia es agua de mayo para la industria aerospacial europea; también lo es para la fuerza de reacción rápida europea, carente casi de capacidad de cargo aéreo. Con esas medidas parece haberse puesto punto final a un debate “escolástico” mantenido en Alemania, a lo largo de diez años, sobre el modelo de política de defensa que el país debía seguir como consecuencia del fin de la guerra fria.

La participación de fuerzas alemanas en la misión de paz de Kosovo en 1999 había puesto de manifiesto sus carencias y debilidades estructurales. Para los desplazamientos aéreos de material y hombres la Bundeswher hubo de utilizar Antonovs alquilados. La participación en las operaciones de paz de Timor del Este fue otro hito en la asunción por Alemania de un mayor compromiso con la paz internacional.

En el corazón del debate sobre seguridad y defensa de Alemania se hallaban dos principios “intocables” de la República Federal: el modelo de servicio militar obligatorio y la defensa territorial como directriz de organización de la fuerza. Tres informes sobre la reforma conveniente, realizados en los tres últimos años, no lograron desafiar seriamente la tradición. El primero fue escrito por el anterior presidente de la República Federal, Weizsäcker, y en él se afirmaba que por primera vez en su historia Alemania se encuentra rodeada enteramente por aliados. La Bundeswher, añadía, es “demasiado grande, mal estructurada y crecientemente anticuada”. Weizsäcker proponía la reducción de la conscripción a un contingente mínimo, aunque seguía dando prioridad al principio de la defensa territorial. Esta prioridad, sin embargo, seguía recibiendo críticas de los aliados de Alemania, embarcados en crear ejércitos vocados a la proyección de la fuerza en áreas fuera de Europa central y occidental.

Dos nuevos informes siguieron al de Waizsäcker; ambos reafirmaban los principios tradicionales: el del anterior inspector general, Kirchbach (oficial de más alto rango, aunque no jefe de estado mayor, cargo que no existe en las fuerzas armadas alemanas) y el del propio ministro Scharping. El de Kirchbach confirmaba sin crítica sustancial las directrices básicas de la actual estructura, y esto fue tomado como excusa por el ministro para justificar su cese. El informe Scharping fue presentado como “del ministro”, no del ministerio, quizás como indicativo de su voluntad de hacer según le dictase la oportunidad; en todo caso su informe fue adoptado en junio del 2000 como política oficial del gobierno. En la letra era casi tan conservador como el informe de Kirchbach, ya que mantenía la primacía de la defensa territorial, así como la conscripción, aunque resaltaba las obligaciones de Alemania con la defensa europea en igualdad con sus aliados. Pero el informe ha demostrado ir por un lado y el ministro por otro: Scharping llegó a admitir que había un déficit de “europeidad” de la defensa, y que los norteamericanos tenían razón en criticar la falta de capacidades de la Bundeswehr. Después anunció que Alemania contribuiría con el 20% de la fuerza europea de reacción rápida. La reciente decisión de los A-400M parece confirmar este propósito.

La “europeidad”, sin embargo, no puede dar cuenta suficiente de la participación de Alemania en la seguridad del mar Rojo, del golfo Pérsico y de Afganistán. Pero esto no es sólo un problema de Alemania; también lo es de sus aliados. Para la seguridad de Europa ya no basta la “europeidad” de su defensa.


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