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Antonio Sánchez-Gijón

El fracaso del emirato nuclear

La creación de un Emirato Islámico de Asia Central: ese parece haber sido el designio que el superterrorista Ben Laden, el emir Omar del Afganistán de los talibanes, el general Mahmud Ahmed, jefe del Inter Services Intelligence de Pakistán (ISI), y el general Mohamed Aziz, el poderoso jefe del cuarto cuerpo del ejército pakistaní, de guarnición en Lahore, parecían compartir, hasta que el juego unilateral del caudillo saudí lo desbarató con su ataque del 11-S. Omar aseguraría la profundidad geopolítica del conjunto, uniendo a Afganistán y Pakistán en un mismo destino. Ben Laden ofrecìa el control de un haz de naciones centroasiáticas (Uzbekistán, Tayikistán, y Kirguizistán) mediante redes subversivas operantes bajo la excusa y bandera del Islam, y trataba de mantener a Rusia atada en un conflicto insoluble en Chechenia. El general Ahmed aseguraba la organización militar de los talibanes y su empleo en Cachemira, y les aportaba recursos monetarios adicionales; éstos últimos procedían de dos fuentes, el comercio de la heroína producida en Afganistán y el contrabando masivo de mercancías en Pakistán, contra los intereses del estado pakistaní; de ésta fuente de ingresos se alimentaba en parte el programa nuclear pakistaní. Aziz, devoto musulmán de la vena talibán, aseguraba las lealtades entre los fundamentalistas radicales de Afganistán y el ejército de Pakistán. El sueño de Ben Laden es la bomba nuclear del Islam..

De entre todos estos socios de designio (hay más, claro), el más peligroso no era probablemente Ben Laden, sino el jefe la inteligencia, el general Ahmed. El ISI tenía a su cargo el control del armamento nuclear pakistaní. Coincidencia sospechosa es la presencia de Ahmed en Wasghinton el 11-S, en visita oficial. ¿Iba al Pentágono a dar explicaciones sobre su arriesgado juego? ¿Quiso ben Laden desencadenar la catástrofe como advertencia de que el proyecto no admitía deserciones?

Que la acción del 11-S fue percibida por el presidente general Musharraf como una amenaza a la seguridad de Pakistán (y por supuesto a su persona) queda probado por la rápida reacción que tuvo al ofrecer dos días después del ataque la cooperación de su gobierno a los Estados Unidos. Ello no hubiese sido posible si la posición de los extremistas no se hallase ya seriamente comprometida a ojos del propio ejército.

Las presiones de Washington sobre Islamabad no se han puesto en evidencia de modo dramático, pero debieron ser insoportables para los pakistaníes. Musharraf prefirió operar cautamente antes de atacar a sus generales extremistas; llegó a ofrecer a Ahmed la posibilidad de conseguir del emir Omar la entrega de Ben Laden, y Ahmed, en lugar de cumplir el encargo en su visita a Afganistán, alabó la virtuosa militancia de Ben Laden. La presión de Washington se mostró decisiva a raiz de la visita del secretario de Estado, Colin Powell, a Islamabad, el 16 de octubre: tres días después, Ahmed, Aziz y otros generales fueron promovidos mediante puntapié a cargos sin poder.

Después de estos incidentes, el Pentágono ha dado un vuelco a la cooperación militar con Pakistán: Washington ha empezado a levantar las sanciones impuestas a raiz de las explosiones nucleares pakistaníes; la primera muestra es el acuerdo de vender repuestos para los 32 F-16 de la fuerza aérea pakistaní.

El balance del aventurerismo afgano-pakistaní no puede ser más negativo. Afganistán está destruído. Islamabad ha perdido prácticamente toda influencia ante las autoridades afganas que se están formando. El general Musharraf trata de devolver a Pakistán la estabilidad perdida; ha convocado elecciones para el año 2002 (aunque él seguirá de presidente), ha respetado la libertad de prensa y ha reducido el índice de crímenes atribuídos a las autoridades. De resultas de la crisis ha conseguido ayudas económicas y la reestructuración de la deuda; su país puede ser el primer beneficiado de la reconstrucción económica de Afganistán. La alternativa a este curso es el desastre económico y, muy probablemetne, la destrucción de su arsenal nuclear por los Estados Unidos, Gran retaña y quizás Israel, con el beneplácito de Rusia y la protesta de China. El diseño nacional-terrorista para Asia Central está prácticamente liquidado. Pero la cuestión de qué diseño dará estabilidad a ese inmensa región del mundo sigue abierta. Puede ser la gran cuestión del primer decenio del siglo XXI.

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