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Antonio Sánchez-Gijón

La actual guerra de religión

Ayer, Ben Laden hizo otra proclama de guerra religiosa, y acusó al gobierno de Pakistán de aliarse con la cristiandad contra el Islam. Debe entenderse como una amenaza inminente contra los cristianos que viven en el mundo islámico, y también como una llamada a sublevarse contra el gobierno pakistaní.

En el fragor de la guerra de Afganistán nadie se acuerda de los ocho occidentales detenidos bajo la acusación de hacer proselitismo cristiano, y que estaban a la espera de juicio cuando estalló el conflicto del 11 de septiembre. No parece que se les haya dedicado una palabra en la prensa, en la TV, o Internet; y si la ha habido, desde luego no ha merecido titulares notables. ¿Han sido juzgados? ¿Sentenciados? ¿A años de prisión, o a muerte, como prescriben las leyes supuestamente islámicas de los talibanes? ¿Han sido ejecutados, o sobreviven a las bombas? Ni una palabra en el mundo occidental. Por no hablar de los afganos detenidos con ellos.

El silencio es llamativo porque Ben Laden llama de nuevo a una guerra que no es de ahora. Son muchos años ya de guerra civil de Sudán, entre el gobierno islamista de Jartum y los cristianos del sur; son más recientes los asesinatos y masacres de cristianos en Nigeria. Todo el mundo recordará todavía el asalto de bandas indonesias contra los católicos de Timor Oriental que se habían pronunciado por la independencia, y posiblemente se tendrán presentes los asesinatos de cristianos en las Molucas, que algunos elevan a miles. Los islamistas extremistas de Filipinas han asesinado decenas de filipinos cristianos, y recientemente le cortaron la cabeza a un ciudadano norteamericano. Antes de que caigan en el olvido de Occidente, evoquemos la tragedia de los 17 cristianos asesinados hace unos días en Pakistán. No serán los últimos.

Para la mentalidad occidental es incomprensible que pueda verse un mensaje liberador en las truculentas soflamas de Ben Laden o en el bestial sistema político de los talibán. Es posible que este fanatismo religioso no sea más que una forma subconsciente de expresar resentimiento contra élites y capas de poder, supuestamente corrompidas por Occidente, que les ayudaría a mantener sus privilegios y a oprimir a sus propios pueblos; o que el resentimiento se dirija contra una civilización y cultura judeo-cristianas que han resuelto gran parte de los problemas de pobreza, ilustración y bienestar, mientras que el Islam no puede hablar más que de un fracaso general, con pocas excepciones. Eso es materia para los sociólogos de las religiones, pero hay otras realidades menos especulativas.

El libro sagrado del Islam, el Corán, contiene mandamientos precisos contra cristianos y judíos: “haced la guerra… a todos aquellos, entre los hombres de las Escrituras, que no profesan la verdadera religión. Hacedles la guerra hasta que paguen el tributo con sus propias manos y estén sometidos” (Sura 9, vers. 29). Y en otras partes: “Cuando encontréis infieles, matadlos hasta hacer una gran carnicería”. Es cierto que este ominoso lenguaje es del mismo corte que el Deuteronomio XX, pero éste último no se predica en la constitución del estado judío, mientras que el Corán constituye la base constitucional de prácticamente todos los estados islámicos, aunque muchos de ellos declaran no conducirse más que por su interpretación benigna.

No es el caso de los estados islámicos que se proclaman más puros, como Arabia Saudí, cuyos tratos con Occidente empiezan a verse como ejemplo de perfidia. Mientras la familia real hace negocios y colabora con los Estados Unidos para mantener el equilibrio en el golfo Pérsico y su control del poder, al tiempo impone enseñanzas en su sistema escolar en las que los infieles son denunciados como enemigos del Islam, y los predicadores pagados por el estado mantienen la misma línea en los rezos y la TV. El presidente Bush ha hablado recientemente en favor del entendimiento con un Islam tolerante. Desde ese punto de vista, no es fácil justificar que Arabia Saudí sea el principal aliado de Estados Unidos en el Golfo, pero las amenazas de Ben Laden a unos y a otros lo explican con claridad meridiana.

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