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Antonio Sánchez-Gijón

Rusia en su fase franquista

Se dice que Putin y Medveded se han conchabado para sucederse alternativamente en el poder hasta los años 30. De ese modo interpretarían el proyecto franquista de "transformar para poder durar", formulándolo de otra manera: "durar para transformar".

Dos aviones Tupolev-160 rusos dispararon, el pasado martes 22, misiles en las aguas internacionales del golfo de Vizcaya. Si en su día lo hubiera hecho la Unión Soviética, el episodio habría sido una provocación del Pacto de Varsovia. Pero los disparos, en realidad, no han sido más que una photo opportunity para indicar al sucesor designado de Putin, Dimitriv Medvedev, uno de los medios para devolver a Rusia el estatus de potencia mundial. Para recuperarlo, Rusia tiene aún mucho camino que recorrer. La hoja de ruta se llama, en la parla oficial rusa, "democracia soberana".

No es la democracia liberal basada en el Estado de Derecho. Es como la "democracia orgánica" del franquismo. Mejor dicho, del segundo franquismo, el posterior a los "años de hierro" españoles, del 39 al 45. Exactamente, el franquismo de los planes de desarrollo. Poder central fuerte e instituciones débiles. Estilo de gobierno expeditivo. Crueldad, sólo la necesaria para el caso. Promesa de una devolución pautada (y larga) de derechos. Medvedev no ha podido ser más explícito: Rusia necesita "decenios de desarrollo estable" y de "crecimiento sostenido". Por supuesto, Rusia se mantendrá "abierta al diálogo y la colaboración internacional".

Medvedev habla de los años del predecesor de Putin, Yeltsin, como Franco hablaba de la II República: causó una enorme crisis de valores y el empobrecimiento de la población, y manifestó desprecio del derecho. El plan del sin duda futuro presidente ruso, cuidadosamente trazado en consulta con Putin, es utilizar esa "democracia soberana" como alcaloide socio-político para la recuperación económica. El problema para Occidente es el mismo que planteaba Franco: qué hacer ante un régimen que asegura la estabilidad y el desarrollo de una nación importante y que ya no es insoportablemente brutal. Esta cuestión dividió inicialmente a las potencias europeas, pero todas se convencieron de que era posible conllevarse con el franquismo.

Es preciso que la Unión Europea no se divida hoy día por la cuestión rusa. Rusia tratará, de vez en cuando, de dividirla. Como en la pequeña crisis de Estonia. O la del escudo antimisiles de Polonia y República Checa. O a través de las presiones en materia de energía. En todas esas crisis sus acciones no han pasado de gestos más o menos melodramáticos. Más fundamento tiene su actitud ante la pretendida independencia de Kosovo, aunque no pueda hacer mucho para impedirla, aparte de bloquear su entrada en la lista de estados reconocidos del sistema internacional (veto ruso en el consejo de seguridad). Aquí no se trata de que Europa se divida por Kosovo, sino que con su independencia da señales de renunciar al espíritu de integración, razón de su éxito histórico, y hace aceptable el principio de desagregación.

Pero volvamos a Rusia.

  1. ¿Qué clase de potencia es hoy ese gran país? Es una potencia "en desarrollo", en la fase ascendente de acumulación de capital económico y social. Posee reservas de 400.000 millones de dólares; un fondo de estabilidad de 100.000 millones; inversiones en el extranjero de 140.000 millones; inversiones extranjeras en Rusia de 30.000 millones en 2007. Junto a ello, Rusia sufre el subdesarrollo de las infraestructuras de transporte, vivienda y salud. Como potencia militar, Rusia se halla en términos mensurables con los de Francia y el Reino Unido (28.000 millones en defensa al año). El potencial ruso se halla seriamente comprometido por la concentración del poder económico en manos del Gobierno y por la corrupción. Si Franco utilizó el sol de España para hacer del turismo el motor de la economía, en Rusia otra materia prima, la energía, mueve todo el tinglado económico. Diversificar las fuentes y motores de la riqueza es el gran desafío de Medvédev en sus ocho probables años de gobierno. También necesita acosar a los corruptos. Es dudoso que lo consiga. Los rusos, dice, viven ahora en un estado de "nihilismo jurídico".

  2. ¿Conviene a Europa la reconstitución de Rusia como gran potencia? En realidad, la pregunta debería formularse así: ¿puede permitirse Europa que Rusia no sea una gran potencia? Un poco de análisis geopolítico muestra que no puede. Con una superficie de 17.000.000 kilómetros cuadrados y su implantación en dos masas continentales, Rusia representa, mal que bien, una extensión de la civilización europea en el Centro y el Este de Asia. Si compiten por separado en esa región del mundo, Occidente y Rusia descubrirán que el ganador del partido será China. Rusia, sin embargo, posee una debilidad crítica: su potencial demográfico se debilita aceleradamente. Si sigue su declive los 141 millones de habitantes de hoy se quedarán en 110 en 2050. Europa no puede remediar esto, pero alentar a Rusia a ser una gran potencia desarrollada ayuda.

Se dice que Putin y Medveded se han conchabado para sucederse alternativamente en el poder hasta los años 30. De ese modo interpretarían el proyecto franquista de "transformar para poder durar", formulándolo de otra manera: "durar para transformar". Quizás entonces lo de "soberana" se entienda sólo como la calidad propia de una gran potencia que es a su vez una democracia.

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