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Aquilino Duque

Pan y vino

Cuando precisamente a Hierro le llamó alguien “poeta en tiempo de miseria”, yo reflexioné que para un poeta todos los tiempos son míseros, de ahí que para el poeta tenga más importancia lo que recuerda y lo que sueña que lo que le toca vivir

Con el viento del norte y los fríos polares extrañamente combinados con borrascas atlánticas me llegan los versos nuevos de un poeta castellano viejo, un poeta cuyo apellido tiene resonancias musicales. Se llama Carlos Frühbeck de Burgos y trae, entre otras cosas, noticias del invierno, de un invierno mesetario en el que se teme a los lobos, se bebe orujo y hay nieve en las cumbres. En ese invierno ejerce este poeta su ministerio y alza las dos especies sacramentales por excelencia: el pan y el vino. Pan y vino. De los prodigios que con el pan y el vino puede hacer un poeta tenemos un alto ejemplo en Hölderlin, que alcanza así una venturosa serenidad. Y esa serenidad de la ciudad que descansa y que cruzan raudas las luces de los coches ante los puestos vacíos del mercado mientras canta el agua de una fuente y alguien pulsa en un jardín las cuerdas de un instrumento, es la misma serenidad del que comparte ese pan y ese vino con las sombras de otros poetas que son Pessoa, Rodríguez o Hierro. Con Pessoa bebe vino verde, con Rodríguez “mal vino”, vino peleón, y con Hierro el pan es perdido y amargo y el vino lo substituye el aguardiente.
 
No quiere eso decir que Frühbeck vierta vino ajeno en odres propios, sino que ha tenido buenos maestros en su oficio y en su sacerdocio. Justamente Hölderlin llama a los poetas “santos sacerdotes del dios del vino” cuando se pregunta que qué falta hacen los poetas en tiempo de miseria. Cuando precisamente a Hierro le llamó alguien “poeta en tiempo de miseria”, yo reflexioné que para un poeta todos los tiempos son míseros, de ahí que para el poeta tenga más importancia lo que recuerda y lo que sueña que lo que le toca vivir. Ya dijo el Bardo por excelencia que estamos hechos de la misma sustancia de nuestros sueños, sueños que, para Frühbeck, son “oro acuñado”, oro que nunca se cotizó mucho en los tiempos de miseria que le toca vivir y soportar a todo poeta que se precie.
 
Un torero cordobés, creo que Lagartijo, decía de sus compañeros de profesión que “unos saben lo que hacen y otros hacen lo que saben”. Si esta clasificación es aplicable a los poetas, Frühbeck de Burgos pertenece con todos los honores a la primera de esas dos categorías. No es frecuente que a un artista se le note que esté seguro de lo que hace, y lo menos que puede alabarse en estos versos es su seguridad y su solidez. Frühbeck no se alivia con vaguedades o divagaciones, no naufraga en ningún momento en ese río revuelto que ha llegado a ser el stream of consciousness. Él llama al pan, pan, y al vino, vino y desmiente una vez más y de modo categórico a aquel Pedro Caba a quien oí decir hace medio siglo que la poesía era el arte de llamar pan al vino y al vino pan.

Carlos Frühbeck de Burgos, Y pondremos el pan sobre la mesa. Premio internacional de poesía Ateneo Jovellanos. Gijón, 2004

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