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Armando Añel

Chávez y el horno latinoamericano

Nada más poner un pie en Bolivia, Hugo Chávez ha vuelto a darle la patada al cubo del neoliberalismo, advirtiendo que Latinoamérica debe sacudirse a como dé lugar el tan llevado y traído modelo. El ex golpista venezolano ha asegurado en Santa Cruz de la Sierra, sede de la XIII Cumbre Iberoamericana, que “sólo el acercamiento profundo e integral entre nuestros pueblos nos abrirá el camino de la felicidad”, e indudablemente el atajo al que se refiere pasa, hacia ninguna parte, por la caseta de guardia de La Habana. Pero fue a renglón seguido, durante la clausura del “Encuentro Social Alternativo” paralelo a la reunión de los mandatarios iberoamericanos, que el inquilino de Miraflores desplegó más abruptamente su costado visionario. Allí, entre otras exaltaciones, dictaminó que “en la tierra en que el Che Guevara dio su último suspiro” América Latina se ha levantado nuevamente, y habrá que ver si “alguien puede pararla”.
 
Una alusión algo comprometedora si se tiene en cuenta la concurrencia a la que fuera dirigida, mayoritariamente compuesta por los indígenas y los descendientes de los indígenas que en 1967 denunciaran la injerencia guevarista y posibilitaran la captura del guerrillero argentino. No obstante, en Bolivia la revolución no se haría a través de las armas, sino de los micrófonos... una especie que se le da muy bien a Chávez cuando de arengar analfabetos –funcionalmente hablando– se trata. Flanqueado por Carlos Lage, lugarteniente del castrismo, y Evo Morales, líder cocalero del Movimiento al Socialismo (MAS), el Comandante de las Fuerzas Libertarias de América –como ha comenzado a llamarlo el susodicho cocalero– no se anduvo por las ramas; citando a John F. Kennedy, predijo que los que le cierren el camino a las revoluciones pacíficas se lo abrirán a las violentas. Ahí mismo tembló, desde sus enardecidos cimientos, el estadio sede del acto de “solidaridad con Cuba y los pueblos que luchan contra el neoliberalismo”.
 
Una cosa es denunciar a las “oligarquías dominantes” y otra bien distinta alimentar el fuego de la confrontación armada, pero definitivamente el ex paracaidista no dispone de alternativas funcionales. La violencia empieza a deslindarse como su único referente, y se trata de uno que, sin serle ajeno, puede hacérsele imprescindible: Su propio patio convulsiona, la población venezolana sigue hundiéndose en la miseria, los indicadores sanitarios se derrumban escandalosamente a pesar de la injerencia cubana (cuyos médicos-asesores-entrenadores- pareciera que practican tiro en lugar de atender enfermos), el fracaso de la revolución bolivariana no tiene ya vuelta de hoja y el presidente continúa desacreditando la opción de las urnas desde un lenguaje incendiario, extravagante, en el que no hay espacio para el diálogo ni atisbo de sentido común. Cuidado con las decenas de miles de mercenarios infiltrados por La Habana y Miraflores en el corazón de Venezuela: el horno latinoamericano no sólo cuece pasteles. El caso venezolano podría certificarlo una vez más.

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