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Armando Añel

El ratón sobre la pista

Un presidente que falta al respeto a buena parte de sus colegas, a los que adosa casi a diario las denominaciones y adjetivos más denigrantes, no está en capacidad de protestar por que le broten orejas de Micky Mouse en una fotografía.

La imagen de Hugo Chávez se pasea con orejas Mickey Mouse por medio mundo y la izquierda reaccionaria pone el grito en el cielo. Acusa de manipulación imperialista, incluso de terrorismo mediático, a la agencia Reuters, la misma que pusiera en circulación la fotografía. En ella aparece un mandatario venezolano sonriente, nimbado por dos círculos negros al fondo, que fortuitamente brotan de la zona superior de su cabeza. El resultado de este involuntario montaje no puede ser más realista: representa la matriz bufonesca, esperpéntica, de un político que hace mucho tiempo dejó de serlo –si es que alguna vez lo fue– para privilegiar su vocación de payaso, de hazmerreír tercermundista.

Porque no es Reuters la que falta al respeto a los presidentes latinoamericanos con imágenes como ésta, como quieren hacer ver los promotores del llamado "socialismo del siglo XXI". Son algunos presidentes latinoamericanos –caso clamoroso el de Chávez– los que se faltan al respeto a sí mismos. El ejercicio de la política constituye, entre otras cosas, el ejercicio de impulsar ciertas ideas a través de ciertas imágenes. Debe haber una correspondencia mínima entre idea e imagen, mucho más en pleno tercer milenio, con la revolución de las telecomunicaciones e internet condicionándolo todo. Pero más que nada, debe haber alguna comunión entre ética y estética a nivel político, que posibilite la transmisión del concepto concreto por medio de la imagen adecuada. La forma, que a partir de la segunda mitad del siglo XX predomina sobre el contenido, no perdona. Chávez no sólo no es respetable por su discurso. Tampoco es respetable por su proyección.

Como la de su mentor Fidel Castro, enfundado en un chándal Adidas y remedando andares robóticos, la personalidad de Hugo Chávez carece de los resortes éticos adecuados para asumir la realidad desde una perspectiva realista, mediáticamente potable. De ahí que una y otra vez se ridiculice a sí misma. El "por qué no te callas" del rey Juan Carlos, por ejemplo, constituye no sólo una consecuencia de la incontinencia verbal del ex golpista, sino de su prepotencia, su grotesca fanfarronería, su desprecio por todos aquellos que no se postran a sus pies o ponen en tela de juicio sus delirantes fantasías. Es una consecuencia de su incapacidad.

Aquí ni siquiera cabe defender la libertad de expresión de fotógrafos y agencias, tan evidente es el despropósito chavista. Un presidente que falta al respeto a buena parte de sus colegas, a los que adosa casi a diario las denominaciones y adjetivos más denigrantes, no está en capacidad de protestar por que le broten orejas de Micky Mouse en una fotografía. Un presidente que se pasea con una cotorra en el hombro, cantándole rancheras a sus adversarios ideológicos, no puede aguardar otra reacción que no sea la de la burla. Un presidente que reconoce en público que reza para que una descomposición de estómago no malogre sus maratónicos monólogos, no puede ser tomado en serio. O puede serlo tanto como un ratón sobre la pista de un circo.

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