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Armando Añel

Los  inocentes

Constituye un modus operandi típico del castrismo, revelado décadas atrás en su consigna “convertir el revés en victoria”. Inicialmente concebido como refutación mediática a las movidas contra La Habana, el recurso de descartar las presiones sobre ésta aduciendo que perjudican únicamente a sus víctimas seduce, sin embargo, a numerosos observadores internacionales. La nomenclatura cubana lo sabe, de ahí que agite la bandera del patrioterismo televisado (el inocente observador desconoce cuánto hay de artificial en las concentraciones masivas vertebradas, controladas y financiadas por el Estado) con un entusiasmo rayano en la esquizofrenia.
 
Así, esta clase de espectáculos basan su efectividad en la creencia ampliamente publicitada de que las medidas y sanciones contra las violaciones de los derechos humanos en la isla movilizan el nacionalismo cubano, exacerbando el costado numantino de una población que inevitablemente (siempre según los mencionados observadores) paga los platos rotos del rechazo internacional a su gobierno. Minuciosamente montadas por el régimen, las últimas manifestaciones contra la Unión Europea tras la reciente Cumbre de Guadalajara, lo mismo que las que le precedieron, responden a esta estrategia, marcada por la receptividad de los medios de prensa occidentales.
 
Ni que decir que dichos montajes cosechan más éxito del que debieran, sobre todo de cara un público foráneo que, al calor de su inocencia, ignora en qué opresivas condiciones La Habana arma sus tinglados mediáticos. Pero también algunos políticos y analistas cubanos caen en la trampa de criticar las presiones a un gobierno ilícito elevando sus delirios al rango de testimonios. Desde esta visión reduccionista, que introduce en un mismo saco a las víctimas y sus victimarios, habría que aguardar relevos generacionales muy lejanos en el tiempo, o un encumbramiento de la disidencia interna altamente improbable mientras impere el totalitarismo, para celebrar el advenimiento de la democracia en Cuba.
 
De cualquier manera, el oficialismo continúa beneficiándose de creadores de opinión que a nivel internacional y aun en el propio exilio torpedean el necesario concenso desde el que consolidar una condena efectiva al régimen de Fidel Castro. El razonamiento de que todas y cada una de las medidas que se tomen contra la dictadura redundarán en su beneficio o llevarán más agua al pozo de la indefensión ciudadana, movería a risa si no estuviera tan extendido y se le tomara tan al pie de la letra. Parafraseando la célebre sentencia goebbeliana, un demagogo, repetido hasta el cansancio, puede alumbrar innumerables ingenuos.

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