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Armando Añel

Patch, el idiota sonriente

La idiotez política no sólo forma parte consustancial del paisaje latinoamericano, como advirtieran Carlos Alberto Montaner, Plinio Apuleyo Mendoza y Álvaro Vargas Llosa en su ya célebre manual. También en el Primer Mundo prolifera el perfecto idiota, impúdico, casi obsceno bajo los focos de la sociedad de la información y el Estado de Bienestar. Hunter Patch Adams, el médico norteamericano que cura –o pretende curar– a través de la risa, pertenece a esta especie, cada vez más numerosa en el paradójico ámbito del Occidente industrializado.
 
El idiota de Patch arriba a Cuba por cuarta vez en el último lustro, el pelo azul y un tenedor en la oreja. Su objetivo no es divertir a una población enferma de opresión y segregacionismo, ni dar voz a los amordazados, ni introducir su nariz de payaso en el muladar sin fondo de la cotidianidad socialista, sino celebrar “los logros del presidente Fidel Castro”, cuyos empleados le asisten en visita guiada a congresos pediátricos y hospitales modelos, villas turísticas y criaderos de cocodrilos. Patch no ha visitado aún las mazmorras de la isla a ver si consigue hacer reír a los cientos de opositores pacíficos encarcelados a falta de garantías procesales y delitos imputables –la mayoría de ellos en deplorable estado de salud–, aunque tampoco le será posible alegrar a sus iguales en las prisiones de su país, porque en su país no se encarcela a opositores pacíficos. El disidente Patch tiene la suerte que no tienen los disidentes cubanos: Nadie lo detendrá a su regreso a Estados Unidos, ni lo arrojará a una celda gaveta a propósito de sus declaraciones y amistades, ni lo condenará a varios años de cárcel por “desacato a la figura de George W. Bush”, a quien, adicionalmente, acaba de acusar de terrorista.
 
En los hogares y hospitales de la mayor de las Antillas se agolpan innumerables enfermos que no le reirán la gracia a Patch, porque su abatimiento es más de espíritu que de cuerpo, y porque ciertos lugares les están vedados a los idiotas oficiales pendientes del brazo del anfitrión oficial. Al necio de Patch todavía no se le ha ocurrido consolar con sus payasadas a las madres y esposas de los opositores presos, ni a las de los prófugos fusilados el pasado año, ni a las de los caídos en guerras injerencistas o de apuntalamiento de regímenes delincuentes, mucho menos a las de los miles y miles de cubanos hundidos en alta mar, sacrificados en los paredones de fusilamiento, abandonados a la histeria del linchamiento revolucionario, y hasta sería preferible que no lo hiciera. Para las víctimas y sus familiares, a menudo la idiotez es igual de irritante que la crueldad. Cuestión de medir el daño que hacen.
 

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