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Armando Añel

Soñar no cuesta nada

París: Una multitudinaria movilización –convocada por la izquierda gala, permanentemente presta a denunciar las injusticias de este mundo– estremece las conciencias de aquellos que en Francia y el resto del orbe, maniatados por el andamiaje de una sociedad de consumo embrutecedora, desconocían los abismos que separan a explotados de explotadores, particularmente perceptibles en los continentes asiático, latinoamericano y africano. La intelectualidad, los sindicatos, diversas ONG y vastos sectores del movimiento antiglobalización secundan un levantamiento cuyo filantropismo no escapa a las mentes más lúcidas de la segunda mitad del siglo XX: Gabriel García Márquez anuncia que donará 20.000 dólares al movimiento –no mucho, habida cuenta del abultado patrimonio del colombiano, pero algo es mejor que nada– y José Saramago que los derechos de autor de su próxima novela cubrirán los costes de una revolucionaria campaña a favor de los oprimidos. No obstante, ambos premios Nobel hurgan todavía más en la herida. Declaran, en sendas entrevistas concedidas a los diarios Le Monde Diplomatique y El País que la mano de obra barata china, norcoreana y cubana (los millones de obreros y campesinos que en China, Corea del Norte y Cuba sufren la explotación de sus respectivos gobiernos, incapaces no ya de garantizarles los derechos de sindicalización, reunión o expresión, sino el más elemental de ganarse la vida) puede ser redimida si la comunidad internacional aísla a sus opresores; se trata de establecer definitivamente la ilegitimidad de éstos echando mano a un instrumento tan práctico como pacifista: la presión diplomática.

En Barcelona, el narrador y periodista Manuel Vázquez Montalbán, quien destacara años atrás por denunciar los afanes belicistas y el genocidio étnico cometido por el Gobierno de Slobodan Milosevic en Croacia y Kosovo –que costara la vida a tantos y que gracias a la condescendencia de ciertos gobiernos causara la muerte a otros muchos–, planta cara a la globalización cultural del Occidente pensante: "No importa dónde estén, quiénes los gobiernen ni qué ideología practiquen… No importa si en Venezuela, Vietnam o Zimbabwe: los oprimidos, los sojuzgados, los tiranizados de este mundo deben contar con la solidaridad incondicional de la intelectualidad progresista". A la cabeza de una gigantesca manifestación por la paz en Colombia –en apoyo a los millares de colombianos que simultáneamente se echan a la calle en Bogotá para protestar contra el incesante terrorismo de la guerrilla marxista–, el catalán clama por un frente común desde el que "los intelectuales, verdadera vanguardia de la futura sociedad distributiva, desenmascaren la génesis de tanta injusticia". "No basta con denunciar la miseria y la guerra –asegura a voz de cuello el autor de Y Dios entró en La Habana–, hay que detectar y combatir las causas que las hacen posibles, dotando a los explotados de este mundo de los espacios e instrumentos necesarios para que, prescindiendo de mediaciones petulantes y caridades oportunistas, se valgan por sí mismos". Paralelamente, en la gala de los Goya, los cineastas Javier Bardem, Fernando de León y Marisa Paredes hacen público su compromiso con las víctimas de la violencia, "pues tanto en San Sebastián como en Nueva York, en Dublín como en Tel Aviv, quienes sufrimos los embates del crimen organizado somos nosotros, los ciudadanos de a pie". Adosadas a sus cuerpos, pegatinas a la manera de la ONG Manos Unidas rezan: "El desarrollo, camino para la paz".

En plena entrega de los Oscar, las actrices Susan Sarandon y Jessica Lange demuestran el por qué de su bien ganada fama de liberales. La esclavitud femenina, la ejecución de los homosexuales y la lapidación de las adúlteras, la cultura de la violencia y del odio religioso —en la que el fundamentalismo islámico entrena a la niñez—, la censura, el oscurantismo, la xenofobia en Oriente Medio, son denunciados por las valerosas activistas, que encaramándose al estrado y cubiertas por burkas, desafían el terrorismo; también hacen un llamado a los líderes afganos para que profundicen en el proceso de liberación de la mujer, iniciado luego de la intervención de EE UU y otros países occidentales, y enseguida se quitan los antifaces. La trascendencia del episodio no escapa a lo más granado de la clase intelectual norteamericana y europea. Para Noam Chomsky, el suceso marca un antes y un después en materia de concienciación cultural: "Ya basta de hacer la vista gorda ante la globalización de la opresión y el terror, de la pobreza y el despotismo. Había que dar un paso al frente… o al menos intentarlo". En Roma, Eduardo Galeano se abre las venas frente a las cámaras de innumerables agencias, rotativos y televisoras: "Con este gesto simbólico, en solidaridad con la Sarandon y la Lange, pongo de relieve el compromiso de la intelectualidad progresista con las causas más nobles de nuestra época —asegura en un rictus agónico el escritor—. Que mi sangre fecunde la simiente de un futuro más justo. Soñar no cuesta nada".


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