Una nueva figura puede convertirse en pieza fundamental dentro del rompecabezas venezolano. Después de la visita de Fidel Castro, la situación venezolana se le ha complicado al presidente Chávez. Ha bajado siete puntos en las encuestas de opinión pública. Existe una abierta disidencia entre el canciller Luis Alfonso Dávila y el ministro de la Defensa José Vicente Rangel. La audiencia ha descendido notablemente en los programas de radio y de televisión de Chávez, que duran tres o cuatro horas. Ha impactado a la opinión pública el cierre de las iglesias durante tres días, ordenado por el cardenal, después de una campaña terrorista contra los templos. Veintiocho artefactos explosivos, en una semana, fueron lanzados al interior de las iglesias. El cardenal Velasco, arzobispo de Caracas, ordenó oficiar misas de desagravio en toda Venezuela.
El gobierno se sorprendió con la movilización de todos los sectores, especialmente humildes, cuando se abrieron de nuevo las puertas de las iglesias y comenzaron los oficios de desagravio. La Asamblea Nacional –el parlamento chavista– entonces cometió la torpeza de agredir verbalmente al cardenal y ello provocó una nueva reacción en el alto clero.
Parece que Chávez está cometiendo el mismo error que el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, quien se negó a escuchar los consejos de Juan Domingo Perón de “no atacar a los curas” e inició una persecución contra el clero dos o tres meses antes de ser ajusticiado. Perón, asilado en Santo Domingo, le dijo a Trujillo: “A mi no me tumbaron los militares sino los curas”.
Chávez tiene ahora dos grandes adversarios: un opositor representante de Dios y del Estado Vaticano que ha aceptado el reto, el cardenal Ignacio, y una mayoría silenciosa en los cuarteles. Cuando ésta mayoría rompa su silencio, la situación cambiará.
La obsesión de Chávez es crear una iglesia venezolana. Siguiendo el ejemplo de Fidel Castro, el comandante-presidente ha fundado un Parlamento Bolivariano de Iglesias, especie de gran consejo de creencias folklóricas, sectas de santeros y hechiceros. Como es obvio, las iglesias históricas se han negado a participar en tan singular operación. Los judíos expresaron su respaldo a la religión católica y al cardenal de Venezuela, pues piensan con razón que “lo que le ocurre hoy a los católicos nos puede pasar mañana a nosotros”.
Chávez quiere que la llamada revolución bolivariana penetre en el clero y en los templos. Con frecuencia habla de “sacerdotes amigos” y es cierto que algunos ex sacerdotes están trabajando con el gobierno. El objetivo final es fundar una iglesia católica bolivariana. Incluso se ha hablado en círculos religiosos que otro de los sueños del presidente es ser designado “obispo, por sus conocimientos bíblicos”.
Mientras el autócrata prepara su incursión en el mundo religioso se acentúa en toda la nación la falta de gobierno. Durante cada fin de semana el promedio de asesinatos es entre 50 y 80, en el período de 48 horas.
Enfermedades como el paludismo, bilharzia, mal de chagas, tuberculosis, fiebre amarilla y dengue, que estaban virtualmente erradicadas desde la década de los 40, están reapareciendo en Venezuela con una virulencia que ya reclama la intervención de la Organización Mundial de la Salud. El alcalde de Caracas,
Alfredo Peña, ha tenido que declarar en emergencia la ciudad, por la epidemia de dengue.
Desde que Chávez asumió el poder, el desempleo ha aumentado en un diez por ciento y se ha acentuado el deterioro del poder adquisitivo del bolívar y del ciudadano común.
La revolución bolivariana ha degenerado en la revolución de los discursos presidenciales obscenos contra todo venezolano que sea tenido por no chavista. Y, de repente, el cardenal Ignacio Velasco surge como factor en la reconstrucción venezolana.
© AIPE
Armando Frontado, venezolano, es analista político.
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