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La reforma económica que precisa Haití

El gobierno de Haití ha sido desde hace siglos notablemente corrupto, brutal y tiránico. Si hay algún ejemplo claro de la idea de Frederic Bastiat sobre el "saqueo legalizado", ése es el caso de Haití. Richard Ebeling.

Nuestras pantallas de televisión se han llenado de trágicas imágenes de la devastación y penurias humanas causadas por el terremoto en el país caribeño de Haití.

Los gobiernos y las agencias privadas sin ánimo de lucro están uniendo sus esfuerzos para llevar asistencia y ayuda a los supervivientes de este desastre natural que, según algunas estimaciones iniciales realizadas desde Haití, podría resultar en un número de víctimas de hasta 100.000 personas.

Las agencias privadas de caridad han mostrado históricamente tener un mayor grado de flexibilidad, creatividad y adaptabilidad para gestionar este tipo de emergencias que los gobiernos, en el contexto de las condiciones de las áreas afectadas.

Pero además de ello, los gobiernos -a pesar de lo bienintencionados que puedan ser y lo útil que su ayuda pueda ser para las víctimas de estos desastres- con frecuencia empiezan a pensar en “ideas más ambiciosas” sobre la necesidad y deseabilidad de echar una mano política de forma más permanente a la nación afectada.

Tales voces ya están apareciendo. Es el caso, por ejemplo, del anterior presidente de Estados Unidos Bill Clinton, que ahora está sirviendo como enviado especial de la ONU en Haití. El 14 de enero, en la página de opinión de The Washington Post, Clinton escribía sobre “Lo que podemos hacer para ayudar a Haití, ahora y más tarde” (What We Can Do to Help Haiti, Now and Beyond). Pide un esfuerzo conjunto por parte de “gobiernos, negocios y ciudadanos privados” para reconstruir y hacer cambiar a Haití hacia un futuro camino de crecimiento económico y prosperidad.

Se nos ha recordado que Haití es el país más pobre del Hemisferio Occidental. Al tiempo que muchos países de las áreas más subdesarrolladas del globo han estado saliendo de la pobreza durante las últimas décadas, Haití, sin embargo, es uno de esos países que ha continuado estancado con un 50% de tasa de desempleo y un 80% de su población viviendo por debajo de la línea estimada de pobreza, antes del terremoto. Al tiempo que cada vez más países han seguido el camino de la industrialización y la diversificación económica, más del 65% de la población haitiana todavía depende de la baja productividad de la tierra para mantener su precario nivel de vida.

El gobierno, no sólo desde hace década, sino desde hace más de dos siglos, ha sido notablemente corrupto, brutal y tiránico. Si hay algún ejemplo de la idea de Frederic Bastiat acerca del “saqueo legalizado”, bajo el cual los poderes del gobierno roban la riqueza de algunos en beneficio de otros que están políticamente bien conectados, ése es el caso de Haití a lo largo de su triste historia.

Miles de millones de dólares de los contribuyentes de Estados Unidos y otros muchos países han ido a parar a un pozo sin fondo gubernamental que ha enriquecido a los gobernantes y a sus aliados políticos en Haití. Y, ahora, el Presidente Obama ha anunciado que los contribuyentes norteamericanos enviarán 100 millones de dólares adicionales a Haití durante los próximos meses y años. Desafortunadamente, no ha habido ningún beneficio duradero ni mejora sostenida en las duras condiciones de la gente de Haití, viniendo de esta generosidad políticamente redistribuida.

Para su progreso a largo plazo, Haití necesita lo que Adam Smith, en su Riqueza de las Naciones, denominó un “Sistema de libertad natural”:

  • Derechos de propiedad seguros y bien definidos para todos los ciudadanos, que estén reconocidos y sean ejecutados por la policía y el sistema legal.
  • Libertades civiles sólidas y respetadas que incluyan la libertad de expresión, de prensa y de asociación, incluyendo el derecho de que cada individuo pueda abrir y operar negocios y, pacíficamente, competir en cualquier tipo de industria sin restrictivas regulaciones, licencias, o controles gubernamentales.
  • Actividades gubernamentales firmemente limitadas a las funciones básicas pero esenciales de reconocer y proteger el derecho de cada individuo a su vida, libertad, y propiedad legítimamente adquirida. Esto incluye un sistema imparcial bajo el imperio de la ley, sin favores o privilegios políticos para algunos a expensas de otros.
  • Impuestos bajos, transparentes, y predecibles, para financiar aquellas actividades limitadas del gobierno, sin sesgo fiscal que perjudique el ahorro, la inversión, ni la formación de capital, que son necesarios ingredientes para incrementar de forma sostenida los niveles de vida en el futuro.
  • Un sistema monetario estable y no inflacionario.
  • Libertad de comercio, sin aranceles, cuotas u otras restricciones regulatorias sobre las importaciones y exportaciones. También se necesita una actitud positiva hacia las inversiones extranjeras basadas en principios mercantiles en la economía haitiana.
  • Ausencia de una política de la envidia en contra de la empresa y los empresarios exitosos, dado que es la empresa privada y los hombres de negocios creativos y que toman riesgos quienes en cualquier sociedad son los “motores humanos” del crecimiento, la innovación, y la coordinación competitiva de la economía.

Mientras que estas políticas pueden ser firmemente recomendadas para el pueblo de Haití y quienes están en el gobierno, el hecho es que éstas son reformas que deben ser comprendidas, deseadas y finalmente implementadas por los mismos haitianos. Estas reformas no pueden ser impuestas satisfactoriamente sobre el país por ninguna elite iluminada externa, ya sea de Estados Unidos o de cualquier otro lugar.

Todo el cambio real y duradero debe provenir desde los mismos individuos y, a través de ellos, filtrarse hacia la nación en su conjunto. Lo que el pueblo de Haití no necesita y no les será de ayuda, es gente dentro o fuera del gobierno en otras partes del mundo, recomendando y reforzando todas las actitudes, ideas y políticas que no han hecho otra cosa que mantener la pobreza de Haití.

En los asuntos internacionales, los políticos y diplomáticos hablan siempre de no enviar las “señales erróneas” a otras naciones y gobiernos en el toma y daca de las relaciones globales. Las propuestas como la de Clinton representan precisamente esas señales erróneas para una gente que necesita de cualquier generosidad benevolente que pueda ser reunida en un tiempo de gran sufrimiento humano.

El pueblo de Haití necesita algunas “señales correctas” sobre cómo, una vez salidos de este desastre, es posible que se puedan poner las piedras fundacionales para una economía haitiana nueva y próspera. Pero esas señales no deben consistir en un aumento de las mismas fracasadas intervenciones gubernamentales, controles o redistribuciones coactivas, ya sea entre los haitianos o desde el resto del mundo hacia Haití.

Lo que la gente de Haití necesita son libertades individuales y derechos de propiedad seguros en un mercado libre y abierto para que así se puedan aprovechar de forma productiva los potenciales creativos de los mismos haitianos. Ni los burócratas ni los políticos de Washington DC o Puerto de Príncipe (la capital haitiana) poseen una fracción del conocimiento sobre lo que se necesita hacer -cómo, dónde o cuándo y para quién- de lo que sí conocen los 10 millones de habitantes de Haití.

Sí, ellos pueden usar toda la ayuda que cualquier hombre de bien pueda proporcionar ahora mismo, pero la recuperación que pueda empezar “mañana” solo puede venir mediante la liberación de la energía creativa y habilidades del pueblo de Haití. Y eso significa que su gobierno y otros gobiernos deben quitarse del camino y no hacer un proceso de recuperación hacia el mercado más difícil de lo que ya es de por sí.

Artículo originalmente publicado en In Defense of Capitalism, blog de la Universidad de Northwood. Richard Ebeling es actualmente profesor de economía en Northwood University, y académico asociado del American Institute for Economic Research. Fue presidente de la Foundation for Economic Education (2003-2008). Es autor de numerosos libros, incluido su más reciente Political Economy, Public Policy, and Monetary Economics: Ludwig von Mises and the Austrian Tradition.

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