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Bernd Dietz

Lo dado

¿En eso se ha quedado el sueño de Rousseau? ¿La emancipación de los desfavorecidos por cuna o injusticia? Pues sí, en eso. En burdo bluff. Es lo que comportan décadas de pastoreo prisaico de ese frente de juventudes compuesto por sesentones consentidos.

La pifia que suponen los famosos indignados, sean de la Puerta del Sol o de Wall Street, es lo que representan. Dan voz a esos mil quinientos millones de obesos pedigüeños o señoritingos del planeta (tal Michael Moore), que se atiborran de comida basura y carecen de autocontrol o desempeño afanoso para quemar calorías, frente a los mil millones de desnutridos del planeta, inmunes a Rubalcaba. A esos ni-nis de impresentable edad que esquilman a los papis y exigen airadamente piso propio para continuar vegetando como peterpanes, frente a esos niñitos del tercer mundo que hurgan en los vertederos en tanto se responsabilizan de sus hermanos menores. A esos chulapos superhipotecados que ven peligrar el ático, el apartamento en la playa y el bmw por haberse tornado incapaces de afrontar las mensualidades que nunca deberían haber suscrito, frente a esos desempleados sin culpa que malviven con modestia y sacrificio. A esos empresarios de pacotilla, socialistas suntuosos, que constituyeron sus sociedades como tapadera para recibir subvenciones y repartírselas con el político que las aprobaba, frente a los que madrugan para ganarse la vida por méritos propios y nuestros matones de izquierdas vituperan como insolidarios. A los hasta ayer forofos de Gadafi que hoy descubren demócratas en quienes lo sodomizan con un palo antes de asesinarlo, posturitas ambas de entrañable fervor intercultural, frente a los liberales que encontramos asqueroso encariñarse con tiranos, etarras y lapidadores de adúlteras.

Grecia, país teóricamente pobre, es nuestro espejo. Funcionarios jubilados por cansancio oficial a los cincuenta, hijas solteras con pensiones vitalicias a cargo del Estado, gorrones, vividores, más parásitos. Los pomposos paladines de los derechos humanos, léase saqueo del prójimo. Los cleptómanos clientes del estado del bienestar. Quienes, diciéndose descreídos (no como Blanco, que apela al catolicismo para reclamar impunidad, porque un creyente de su autoexigencia comparte dizque fe con Bono), profesan férreamente la religión progresista. La cual, según les sucede a los separatistas con la devoción nacionalista o al polpotiano Hásel con su pregonado compromiso, estipula que dicho delirio, genuino o tal vez impostado, concede licencia para desvalijar y oprimir a quienes no compartan catecismo.

Marx distinguía entre lumpen y proletariado, negándole al primero un lugar en el edén comunista. Próximamente, trabajadores y parados víctimas del zapaterismo, conscientes y soberanos, votarán en masa al PP. Mientras que la sola esperanza del PSOE radica en los resentidos, a los que trata de atraer al más que caducado (y de ahí pestilente) paraíso del compadreo y la coima. ¡Como si existiese dinero para untarlos a todos! El familismo mafioso es la única baza de una izquierda a la que le importa una higa la contabilidad, que sólo postula la insensatez orgásmica, oponiéndose a la racionalidad con el trampantojo que enamora a botarates y exaltados. Para los que urde, con inquisidores sacamantecas como Roures, la parrilla televisiva. ¿En eso se ha quedado el sueño de Rousseau? ¿La emancipación de los desfavorecidos por cuna o injusticia? Pues sí, en eso. En burdo bluff.

Es lo que comportan décadas de pastoreo prisaico (en sentido polanquil y mexicano) de ese frente de juventudes compuesto por sesentones consentidos, émulos del embaucador Haro Técglen, que llevan su estéril periplo adulto segregando propaganda cutre. Patético papelón, con toda simpatía a parroquias y logias, que uno no las conceptúa desprovistas enteramente de autoengaño sincero. Y menuda ignominia asistir al tocomocho institucional y radiografiar a los jefes, estos sujetos que padecen cómicas dificultades para camuflar su patrimonio, brotado del comisionismo cuando vienen de abajo o de la parentela burguesa si han logrado heredar de fortunas procedentes del franquismo. Mimbres para arrostrar lo que viene.

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