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Bernd Dietz

Pertinaz sequía

No hay más que escuchar a Blanco decir que Rajoy es un cobarde y por eso no preguntará por Troitiño. Deposición que evoca al Rubalcaba del 11-M perorando que los españoles no se merecen un Gobierno que les mienta.

Los librepensadores existen. Son individuos que prefieren la falsabilidad permanente al ombliguismo, se desprenden de condicionamientos espurios no más los detectan y disfrutan cuando resplandece la sana inteligencia, aunque fuere a su costa. Constitutivamente alérgicos a la corrupción, consideran que no hay ética sin estética y a la inversa. No conciben placer más gratificante que el de obtener con limpieza, mediante la reflexión y la experiencia extraída de los hechos del mundo, explicaciones veraces y conclusiones solventes, encaminadas a tornar más genuina la justicia. Pues su modestia es su orgullo. Como el de Diógenes ante Alejandro Magno o el de Spinoza ante las Santas Madres Iglesias.

En España, para desgracia de nuestras opciones de enmienda, son imperceptibles. Sobre todo por su natural escasez. O vamos a perretxikos o vamos a rólex, ¿eh Patxi? Ocioso confirmarlo aquí, donde modernidad y mamoneo, liderazgo y latrocinio, compromiso y cutrez, riman rotundamente. Según resulta palmario, son nuestros pastores de la izquierda y sus innumerables borreguillos quienes más han hecho por emputecer la integridad intelectual y moral como simiente de cualquier renacimiento. Objetivo, por demás, tradicionalmente repudiado por nuestro caciquismo. Que las mesnadas socialistas salgan en tromba, cuando tira para atrás el hedor en Andalucía, a defender la honorabilidad de Chaves (ese portento que atesoró tres mil euros tras tres tristes décadas de sueldazos) es crasa prueba de aconchabamiento. Como no hay más que escuchar a Blanco decir que Rajoy es un cobarde y por eso no preguntará por Troitiño. Deposición que evoca al Rubalcaba del 11-M perorando que los españoles no se merecen un Gobierno que les mienta.

Más que ese sectarismo soez, más que esa jactancia con que se pisotean la belleza y la verdad, revuelve las tripas la socializada omertà. Porque cunden mensajes que sólo un ingenuo podría percibir como tentativas de embaucar. A hermanos de leche y televidentes asiduos, será. A cambio, otros conciudadanos captan sobradamente aquello que se persigue que disciernan. Se dan por aludidos. Calan la advertencia, sopesan el chantaje, calibran lo que les conviene y se reconocen ignacianos, enemigos de toda mudanza, por la cuenta que les trae.

La costra de impostura y embeleco que asfixia nuestra vida pública es una convención doméstica, un sobrentendido carpetovetónico. Lo chocarrero llega cuando Zetapé oficia en China, se lía patosamente con los códigos y fabula al ibérico estilo, creyéndose en Leganés. Los orientales, al no estar en el ajo, no le siguen la corriente, despejan el trampantojo y logran que los inversores, que no están por tirar dinero o margaritas, se persuadan de que esto se va al garete sí o sí, puesto que ningún dirigente nuestro parece sentirse tentado a rozar la honradez. A ofrecer fiabilidad, aunque fuese como exceso exótico y contra natura, cual anomalía in extremis para librar al país del trabajado hundimiento.

Los librepensadores, basándose en Epicuro, Lucrecio, Hobbes y Hume, cimentaron la emancipación occidental. Lo cuenta bien Juan Velarde Fuertes en El libertino y el nacimiento del capitalismo. ¡Para que esos intonsos meapilas de nuestro fondo de armario progresista, hijos del romanticismo más gazmoño, demagógico y acomplejado, descalifiquen al avezado escritor como falangista! Donde esté un buen prejuicio, que se quite la funesta manía de pensar. Eso, eso. Vivan las caenas, los jerarcas castizos.

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