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Borja Gracia

Tony Blair y el Viejo Laborismo

Los gestos en política son importantes, pero por sí solos no son suficientes. Deben ir seguidos de políticas y éstas a su vez están apoyadas en principios claros más allá del objetivo de alcanzar el poder o mantenerse en él.

En un congreso del Partido Laborista británico a mediados de los noventa, hubo un debate muy apasionado sobre un, en principio, leve cambio de los estatutos (nada comparado con el fin del marxismo). Los estatutos decían que era objetivo del partido ‘el pleno empleo’. El cambio suponía que el objetivo pasaba a ser ‘establecer las condiciones socio-económicas que hagan posible el pleno empleo’. Parecería exagerado tal apasionamiento sobre un cambio tan nimio, pero la verdad es que la apreciación de la sociedad, el gobierno y la libertad que emanan de ambos objetivos es radicalmente distinta.

Este gesto, con otros, supuso la muerte del viejo laborismo económico e hizo posible la espectacular victoria laborista en 1997. Los gestos fueron seguidos de políticas y así a los pocos días de tal victoria, era un gobierno laborista el que establecía la independencia del Banco de Inglaterra. Se disipaban así las dudas que algunos pudieran todavía albergar sobre cuáles eran los principios básicos de la política económica del gobierno Blair. Sería suicida conceder el control de la política monetaria al banco central e implementar a continuación las viejas políticas laboristas. El viejo laborismo económico quedaba definitivamente enterrado.

En otro congreso laborista, tras los atentados del once de septiembre, Blair dijo, refiriéndose a esta nueva forma de terrorismo, que ‘no hay compromiso posible con gente así, no hay punto de encuentro o compromiso posible con este terror, sólo una opción; vencer o ser vencidos y debemos vencer’. Hablando de los Estados Unidos dijo algo que hoy cobra especial relevancia, ‘estuvimos con vosotros desde el principio y estaremos con vosotros hasta el final’.

En España estamos muy acostumbrados a gestos de ‘políticos de corazón de hielo’ que nos inundan con lágrimas de cocodrilo a las pocas horas de un atentado terrorista, en un patético ritual sin sentido pues las palabras y buenas intenciones de muchos se las lleva el viento a los pocos días. Los gestos se quedan en eso, meros gestos, sin políticas ni principios.

En el caso de Blair, los gestos han ido seguidos de nuevo de políticas y es así el Reino Unido el único país que esta dispuesto a sacrificar la vida de sus soldados junto a los Estados Unidos para acabar con el genocida Sadam. La inicial resistencia y oposición de la opinión pública británica lleva a la conclusión de que Blair actúa como cree que debe por encima de consideraciones políticas a corto plazo. Merece elogio el esfuerzo didáctico desarrollado de forma personal por Blair para explicar su política. De hecho, a medida que el debate se ha hecho más intenso y la gente ha tenido más información, las tesis mantenidas por el primer ministro han ido recibiendo más apoyo (un 53% según la última encuesta). Contrasta esta actitud con el nulo esfuerzo didáctico de muchos políticos españoles que, en la oposición, prefieren ponerse a la cabeza de una manifestación en lugar de plantear argumentos y, en el gobierno, simplemente no parecen ver la necesidad de explicar sus políticas. La firme actitud de Blair no carece de riesgos, pero de tener éxito, supondrá la defunción del viejo laborismo político, más activo y con mejor salud que el viejo laborismo económico.

Cuando, de forma sorprendente, John Major ganó las elecciones tras la salida de Margaret Thatcher, muchos interpretaron que la posición radical del laborismo le convertía en ingobernable. Ese fue el impulso del que surgió el nuevo laborismo, un partido moderno y liberal. En lugar de ponerse frente a las manifestaciones, Blair y su equipo optaron por la ardua tarea de transformar mediante las ideas y los principios. Borrell dijo preferir el modelo de socialismo de Jospin frente al de Blair. Lamentablemente, Zapatero parece que también escondiendo sus ideas tras pancartas en manifestaciones en las que los argumentos sobran. La jugada le puede salir mal si como consecuencia, el PSOE, a ojos de muchos españoles, es un partido no apto todavía para gobernar como aquel laborismo pre-Smith/Blair. A lo mejor, si el PP gana el año que viene las elecciones generales, no estalla España, como augura Maragall, sino el PSOE, o más bien, el viejo PSOE. ¿Preferirá entonces el líder socialista el modelo británico frente al francés?

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