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Brendan Miniter

Historia de un marine

Uno de los primeros soldados de Estados Unidos muerto en Irak no era ciudadano americano. Inmigró de muchacho ilegalmente. Su nombre era José Antonio Gutiérrez. Fue muerto el 21 de marzo por fuego enemigo, cuando se trataba de tomar el control de Um Qasr, un puerto vital para desembarcar ayuda humanitaria. Tenía 22 años y era cabo del Cuerpo de Marina.

Es fácil pensar que el “sueño americano” es un cliché ya muy gastado, pero hay gente como Gutiérrez que prueba lo contrario. Es posible escapar la miseria. No es coincidencia que él se inscribió en los marines, cuyo lema es “semper fidelis”. Gutiérrez se mantuvo siempre leal al sueño que inspira lo mejor en nosotros. Y por eso, él es un héroe americano.

Gutiérrez nació en Guatemala, pero a su familia adoptiva en Estados Unidos le contó poco sobre su vida allá. Su madre murió cuando tenía tres años. Cinco años más tarde murió su padre. Dejó la escuela para hacer diferentes trabajos y poder comer y alimentar a su hermana Engracia. Oyó hablar de Estados Unidos a un funcionario de ayuda en un refugio.

Una de sus hermanas adoptivas, Liliana Campos, cuenta que cuando su mentor se fue, Gutiérrez decidió marcharse a Estados Unidos, viajando escondido en trenes de carga. Estuvo varado en México un par de años, pero logró cruzar la frontera a California cuando tenía 14 años. Estaba decidido a ver Los Angeles y terminó en Hollywood.

Dormía en los bancos de los parques y obtenía alimentos en un refugio para pobres. Un trabajador social lo metió en un programa que lo ayudó a conseguir la residencia legal y también le buscó una familia adoptiva. Las cosas no funcionaron bien con las primeras tres familias con las que vivió. Por fin, en el año 2000, se fue a vivir con Nora y Marcelo Mosquera, inmigrantes de Costa Rica y Ecuador.

Los Mosquera tienen tres hijos, pero además han cuidado a docenas de otros niños, varios de los cuales han adoptado. Nunca adoptaron a Gutiérrez, pero en el día de las madres, el año pasado, él les escribió para pedirles “formalmente” si podía llamarlos papá y mamá.

Nunca se olvidó de Engracia, a quien siempre llamaba por teléfono y le enviaba dinero. Pero con los Mosquera se superó. Ellos lo presionaron para que aprendiera inglés. Frustrado, decía que aprendería sólo lo indispensable. Tenía gran fe en Dios e insistía con sus hermanos para que fuesen a misa; todos eran católicos. Solía decir que algún día él se daría a conocer. Al terminar bachillerato fue reclutado para jugar en el equipo de fútbol de la Universidad Harbor, donde comenzó a estudiar arquitectura.

Gutiérrez adoraba a su nuevo país y a menudo hablaba de su intención de pagar por los favores recibidos alistándose en el ejército. Poco después del 11 de septiembre sorprendió a todos al informar que se había inscrito en los marines. Contó que el reclutador del ejército no fue tan convincente. Luego de terminar su entrenamiento en Parris Island en marzo de 2002, los marines se convirtieron en su otra familia.

La Sra. Cárdenas recuerda que siempre había que llevar un auto grande cuando se iba a buscar a José. “Yo tengo un Acura pequeñito y cuando conduje hora y media para irlo a buscar al Campo Pendleton –dijo riéndose– me estaba esperando con cinco compañeros”. Algunas veces se aparecía a cenar con hasta 30 marines. “Teníamos marines por todas partes, pero siempre eran bienvenidos y cuando él estaba, nadie se preocupaba de nada”.

El sabía que el peligro lo acechaba en Irak. Antes de marcharse a la guerra le pidió a su familia adoptiva que se ocuparan de Engracia, diciéndoles: “ustedes ahora son su familia”. Pero la Sra. Cárdenas también recuerda por qué estaba dispuesto a irse a la guerra. “Por lo que he visto, Sadam tiene que ser combatido”, les dijo. “Es mi trabajo. También es mi deber”.

A Gutiérrez, lo mismo que a José Ángel Garibay –otro marine muerto el 23 de marzo en la batalla de Nasiriyah– se le concedió la nacionalidad americana póstumamente.

Brendan Miniter es editor asistente de OpinionJournal.com. Esta columna fue publicada originalmente en el Wall Street Journal, diario que autorizó la traducción de © AIPE

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