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La frase "Castro es un adicto a las crisis" es de Denis Rousseau, el periodista francés, ex corresponsal en La Habana de France Press, autor del excelente libro “La Isla del Dr. Castro”. Mientras los demás jefes de estado del planeta evitan u ocultan las crisis y los conflictos, el Comandante cubano no puede vivir sin ellos. Ahora, tras pelearse con los españoles por la cabalgata de los Reyes Magos organizada por la embajada de Madrid en La Habana, y con los checos por la solidaridad de dos de sus políticos con los demócratas que a duras penas sobreviven en Cuba, la ha emprendido con el presidente de Argentina y con su gobierno.

A Fernando de la Rúa, recurriendo al más polvoriento lenguaje de la Guerra Fría, le ha llamado -lamebotas de los yanquis-, y lo ha acusado de venderse a Washington por un préstamo de cuarenta mil millones de dólares. ¿Por qué esa andanada? Porque Argentina, Chile y México estudian apoyar la gestión de la República Checa ante la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, encaminada a que se condene a Cuba como contumaz violadora de los derechos de los cubanos.

¿Por qué no atacó a Chile, a México o a todas las democracias europeas? Porque Castro cree que su capacidad de intriga en Argentina y su amistad personal con Raúl Alfonsín, son suficientes para amedrentar al gobierno de De la Rúa. Pero se equivoca. Lo más probable es que los insultos del Comandante provoquen exactamente el efecto contrario: que se una casi todo el espectro político para responderle con firmeza. Esto explica una frase atribuida a Carlos Lage, administrador del caos generado por Castro: “A Fidel no lo va a derrotar el general Powell sino el general Alzheimer”. Cada día crece más el rumor de que el dictador va enloqueciendo.

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