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Carlos Alberto Montaner

Castro y su padrino colombiano

Parecía que la imaginación de Gabriel García Márquez se había agotado con sus magníficas novelas, pero no es cierto. Ahora se ha sabido que el Nobel colombiano, acompañado de Saramago, el Nobel portugués, muy discretamente, para evitar las reacciones de la prensa y la furia de las víctimas, habían solicitado el Premio Nobel de la Paz del 2001 para Fidel Castro después de que el viejo dictador cubano les pidiera que pusieran en marcha esa delicada gestión diplomática.

La paradoja es enorme. Si los escandinavos hubieran caído en la trampa -que hubiera sido como otorgarle al león la medalla de oro del vegetarianismo- el premio hubiese coincidido con las múltiples noticias que relacionan la dictadura cubana con el desarrollo de armas biológicas semejantes a las que hoy atormentan a los Estados Unidos, tal y como informara el científico ruso Ken Alibek en su libro Biohazard, publicado hace sólo dos años, segundo jefe de ese temible departamento en la URSS hasta su deserción a Occidente en 1992.

¿Por qué García Márquez y Saramago se prestan a un juego tan poco serio, y, en cierta medida, absurdo? La misma fuente que relató la fallida historia del Nobel a Castro -un diplomático cubano cansado de la farsa en que él mismo se ve obligado a participar- tiene una explicación: “Fidel Castro está muy enfermo y su amigo García Márquez quiere enterrarlo con todos los honores”. O sea, que se trataba de una extremaunción literaria.


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