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Carlos Ball

Alarmante deterioro de la atención médica

La tradicional buena atención médica de Estados Unidos está siendo destruida por dos perversas intromisiones: las demandas judiciales y políticos demagogos

Cuando se habla del creciente problema que confronta la gente que se enferma en EEUU, la respuesta suele ser más socialismo, como en Canadá. Allá un paciente remitido por su médico general a un especialista debe esperar 18 semanas para conseguir la cita. Los pacientes que pueden, cruzan la frontera para verse con un especialista en EEUU, pero en la medida que aumentan los impuestos en Canadá, menos gente podrá hacerlo, ya que un canadiense que gana 35 mil dólares al año paga 7.350 dólares en impuestos para financiar la medicina socializada. Ese remedio es peor que la enfermedad.
 
La tradicional buena atención médica de Estados Unidos está siendo destruida por dos perversas intromisiones: las demandas judiciales y políticos demagogos que con infames leyes y regulaciones tratan de ganar votos entre los ciudadanos de tercera edad, el grupo que más vota y que más crece.
 
El 19 de agosto, un tribunal en Texas dispuso que Merck & Co. deberá pagar 253 millones de dólares a la viuda de Robert Ernst, quien murió cuando dormía y tomaba el analgésico Vioxx que ese laboratorio retiró hace poco del mercado. Merck apelará la decisión y Texas ha puesto un tope de 25 millones en esas demandas, pero abogados adelantan 4.200 demandas similares.
 
Las investigaciones, desarrollo y el infinitamente largo y costoso proceso de aprobación gubernamental de cada nueva medicina significan años de experimentos a un costo promedio de mil millones de dólares. Eso ha reducido el número de laboratorios dedicados a descubrir nuevos medicamentos. Siempre que el gobierno interviene, decae la competencia y aflora un poderoso oligopolio de pocas grandes empresas. Pero inclusive el futuro de los grandes, como Merck, está en duda, ante el acoso de abogados litigantes que explotan ese nuevo y rico filón.
 
La situación es trágica porque los avances ocurren cuando muchas fuentes de suministros compiten por el dinero del consumidor. Alexander Fleming jamás hubiera conseguido mil millones de dólares para desarrollar la penicilina y nadie conoce el número de muertos que ocasionan los gastos, retrasos y dificultades impuestos por la FDA, oficina gubernamental que aprueba los nuevos medicamentos. Y si el Vioxx mata gente, ¿acaso no son también responsables los burócratas del FDA que lo aprobaron?
 
Los abogados litigantes, jueces y jurados manirrotos están atemorizando a los médicos, al extremo que éstos ya casi no conversan con sus pacientes los detalles de su enfermedad, sino que se cuidan las espaldas encomendando toda clase de costosos exámenes, a menudo innecesarios. Y todo ese enjambre de regulaciones multiplica el costo de las consultas, sin aportar beneficios reales a los pacientes.
 
Recuerdo cuando el médico iba a la casa del enfermo. Luego, cuando uno iba al consultorio se encontraba con la recepcionista, la enfermera y el doctor. Hoy suelen haber cinco o seis personas por cada médico, dedicadas a llenar todos los informes y requisitos requeridos por el gobierno, los programas de asistencia y de seguros. ¿Se beneficia el paciente? Creo que no; mucho más efectiva y humana era la relación con el médico y los consultorios se han convertido en desagradables e impersonales líneas de ensamblaje.
 
Esta trágica situación de la medicina norteamericana comienza a abrir oportunidades en América Latina, donde los médicos siguen influenciados por la tradición francesa respecto a la importancia delrapport con el paciente, aunque muchos de ellos han recibido postgrados en EEUU. Cada día más personas viajan a Panamá, Colombia o Venezuela para cirugías plásticas, trabajos dentales y otros tratamientos, además de que los hospitales allá no cobran 80 dólares por un analgésico ni 150 por una inyección. El mercado responde así a la excesiva y costosa intervención gubernamental.

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