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Carlos Ball

La gran mentira socialista

Durante mucho tiempo se le ha dado el beneficio de la duda al socialismo, creyendo que el fin justifica los medios y que el burócrata es mejor persona que el comerciante o el inversor.

Diecisiete años después de la caída del Muro de Berlín, es impresionante e indiscutible el éxito logrado por los socialistas en América Latina, confundiendo y engañando a la gente. La primera de sus dos mentiras más flagrantes es que la libre competencia y el libre mercado favorecen a los empresarios en perjuicio de los pobres; la otra es que los gobernantes y burócratas siempre saben lo que más conviene a todos los ciudadanos, como si la población de un país fuese incapaz de pensar y actuar por sí mismos, seleccionar o decidir en base a sus propios gustos, intereses y ambiciones en la vida. Para el socialista, el individuo no existe sino que forma parte de una masa amorfa y no-pensante a quien el gobierno tiene la misión cuasi-divina de alimentar, guiar, educar, manipular, cuidar, darle techo, curar y enterrar, asegurándose por encima de todo que no alboroten el pensamiento de los demás ni se hagan olas en contra de la verdad partidista.

Durante mucho tiempo se le ha dado el beneficio de la duda al socialismo, creyendo que el fin justifica los medios y que el burócrata es mejor persona que el comerciante o el inversor. Pero la cruda realidad es que Perón, Kirchner, Castro y Chávez tienen tanto o más en común con Hitler y Mussolini que con Stalin y Mao. Sin embargo, los primeros se consideran pertenecientes a la extrema derecha y los últimos a la extrema izquierda, lo cual indica que los extremistas piensan y actúan de manera y con fines parecidos, endiosando al Estado y utilizando todo el poder gubernamental en destruir la libertad individual, los principios de la ética cristiana y todas aquellas actuaciones contrarias a “la verdad” emanada del palacio presidencial.

El socialismo latinoamericano del siglo XXI es la causa común de personajes con antecedentes tan disparejos como Hugo Chávez (teniente-coronel golpista, egresado de una escuela militar donde le enseñaron el comunismo que luego pulió en el Foro de Sao Paulo, a los pies de Fidel Castro), Evo Morales (indígena boliviano, impulsado al poder por la nefasta guerra contra las drogas de Washington) y Rafael Correa (comunista ecuatoriano, con un doctorado en economía de la Universidad de Illinois).

La gran pregunta es por qué éste es el tipo de gente que gana las elecciones en la América Latina en el siglo XXI. No pretendo saber toda la respuesta a tal pregunta, pero sí creo que parte de ella es que los extremistas latinoamericanos (los nuevos nazi-comunistas) están dispuestos a jugárselas todas, en parte porque no tienen nada que perder sino sus harapos, mientras que el premio de la victoria es la inmensa riqueza mal habida y el poder infinito de personajes como Chávez.

Quienes tienen mucho que perder son bastante más cuidadosos. Además, los grandes “capitalistas” latinoamericanos muy pocas veces creen en el capitalismo, si éste se define como libre comercio e igualdad ante la ley. Sus grandes fortunas no fueron hechas compitiendo con mejores productos y servicios en un mercado abierto, sino gracias a ventajas, protecciones, financiación barata y subsidios recibidos de gobernantes intervencionistas que repartían privilegios a sus amigos y “defendían” al país de importaciones baratas y de la competencia de empresas multinacionales. Y los ricos no hacían olas porque siempre podían viajar a Miami a comprar o disfrutar lo que no se ofrecía en su país.

Parece, entonces, que seguirá aumentando la fuga de cerebros y de mano de obra latinoamericana en la misma medida que se multiplican las restricciones a la libertad de empresa y así veremos crecer aún más el número de compatriotas no dispuestos a que su futuro sea determinado por un burócrata o el político de turno en el poder.

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