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Carlos Ball

Lo que Pérez Jiménez sabía y Chávez ignora

Recientemente murió en Madrid el general Marcos Pérez Jiménez, presidente de Venezuela desde 1952 a 1958, pero quien en realidad mandaba desde el 13 de noviembre de 1950, a raíz del asesinato del presidente de la junta de gobierno, coronel Carlos Delgado Chalbaud.

La muerte de Delgado Chalbaud fue una verdadera tragedia nacional porque era un hombre culto, honorable y patriota, tres cualidades que no se han vuelto a repetir conjuntamente en ningún otro presidente venezolano, con la excepción de Edgar Sanabria, presidente provisional por apenas tres meses, a fines de 1958. Desde entonces, Venezuela goza del lamentable récord mundial que cada presidente ha sido peor que su predecesor.

Es “políticamente incorrecto” decir algo positivo de un dictador latinoamericano, a menos que haya sido comunistoide y enemigo de Estados Unidos. Pero la realidad histórica es que Pérez Jiménez gobernó durante la edad de oro de Venezuela. A partir de entonces mi país dejó de progresar, salvo durante los cortos períodos en que se disparaba el precio del petróleo. Ya ni eso nos salva y el nivel de vida del venezolano retrocedió al que teníamos en 1950. Tan infame récord lo compartimos sólo con los países socialistas. En Venezuela no sufrimos una década perdida... llevamos casi medio siglo perdido.

Sí debo dejar claro que bajo el gobierno de Pérez Jiménez no hubo libertad de prensa, sus opositores fueron encarcelados o exiliados y la Seguridad Nacional –la policía política– era temida por todos. La gente bajaba la voz para criticar al gobierno porque el taxista o el mesonero podían ser espías del régimen. Pero a pesar de su inaceptable autoritarismo, Pérez Jiménez fue un patriota que quería lo mejor para su país e hizo más por Venezuela en pocos años que lo logrado por todos los gobiernos posteriores. Pérez Jiménez y su equipo de gobierno sabían importantes cosas que Chávez ignora.

Fuera del ámbito estrictamente político, los venezolanos vivíamos entonces bajo un estado de derecho. Se respetaba la propiedad privada. Prevalecía la igualdad ante la ley y el ministro de Justicia –Luis Felipe Urbaneja– nominaba como jueces a los más honorables y competentes profesionales del derecho. La creciente corrupción judicial que se disparó en Venezuela a partir de los años 70 y que sólo ha empeorado bajo Chávez, era en los años 50 algo totalmente inconcebible. Ningún país puede prosperar sin seguridad jurídica y nadie –a menos que goce de privilegios políticos– invierte en tales países. Esto explica por qué en Venezuela había más inversiones extranjeras a mediados del siglo XX que en todo el resto de América del Sur.

Parte importante del respeto a la propiedad se reflejaba en la solidez del bolívar. Venezuela tenía entonces una inflación inferior a la de Estados Unidos, menos de 1% anual. Es decir, el gobierno no robaba los ahorros del pueblo imprimiendo billetes, entre otras cosas porque el Banco Central no había sido politizado.

En Venezuela ocurrían cada año menos crímenes, robos y asaltos de los que actualmente suceden durante un fin de semana en Caracas. La educación no estaba politizada y el ministro de Educación de entonces -Augusto Mijares– fue uno de los venezolanos más cultos que he conocido. Los hospitales públicos eran dirigidos por los médicos más brillantes; la sanidad y la política no se mezclaban. Esos mismos admirables médicos eran los profesores en las cátedras de medicina. Como resultado, la longevidad del venezolano aumentó entre 1940 y 1960 en 20,5 años, mientras que la mortalidad infantil cayó en 68,8%, otro récord mundial.

Pérez Jiménez no sentía complejo de inferioridad frente a Estados Unidos. Las relaciones con nuestro principal cliente petrolero eran excelentes. Muchos ejecutivos jubilados de las empresas extranjeras se quedaban a vivir e invertían en Venezuela, donde se disfrutaba de la más moderna infraestructura en América Latina, algo que se reflejaba en la calidad de la vida. Las empresas petroleras extranjeras fueron excelentes entrenadores de generaciones de administradores y gerentes. Pero, desde su estatización, la industria petrolera venezolana no ha hecho más que perder participación de mercado y varios de nuestros dilectos socios en la OPEP financian hoy las actividades terroristas.

En aquellos tiempos el venezolano era optimista, nos llegaban grandes oleadas de talentosos inmigrantes y los caraqueños alardeábamos de vivir en “la sucursal del cielo”. Pero desde entonces, con excepción de la belleza de las mujeres venezolanas, nuestros gobernantes han logrado desmejorarlo todo. En tan miserable deterioro sólo nos supera Cuba, hacia donde Chávez nos promete navegar.


Carlos Ball es director de la agencia de prensa © AIPE y académico asociado del Cato Institute.

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