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Carlos Ball

Oportunida[-]des perdidas

Nunca estuve convencido de la necesidad de invadir a Irak y si la historia demuestra que fue una equivocación, la flagrante ineptitud de las Naciones Unidas con respecto a Sadam Husein tiene tanta culpa del desenlace como los “halcones” partidarios de la guerra en Washington.
 
Aun si la guerra resultara haber sido una equivocación, el surgimiento de un Irak próspero y libre apagaría las críticas. Pero, lamentablemente, no parece que la administración Bush cuenta con la voluntad y profundas convicciones necesarias para lograr convertir una tiranía medieval en una moderna nación, con un gobierno limitado, una constitución de pocas páginas que se limite a garantizar los derechos naturales de la gente y una economía totalmente libre, donde el nivel de vida alcanzable sea función del esfuerzo y la capacidad individual, no de privilegios y corrupción política.
 
Mi pesimismo aumenta al leer que, ante el temor de dar fuerza a la amañada versión de que el verdadero propósito de la guerra fue lograr controlar la segunda reserva petrolera más grande del mundo –unos 112.500 millones de barriles–, los funcionarios de EEUU y de Irak están considerando recomendar la creación de una empresa petrolera estatal.
 
Parece increíble que, 15 años después de la caída del Muro de Berlín, los iraquíes vayan a ser condenados a pasar de una cruel dictadura a un socialismo impuesto por Washington. A pesar del inmenso poder ejercido por la izquierda en el Departamento de Estado en los años 40, no logró bloquear el “milagro alemán” alcanzado por las brillantes políticas económicas de libre mercado de Ludwig Erhard ni impedir que el general Douglas MacArthur, entre 1945 y 1951, convirtiera a Japón en una nación capitalista.
 
El presidente Bush tiene la extraordinaria oportunidad de mostrarle al mundo entero que brindando amplia libertad económica a la gente se puede alcanzar la prosperidad general en menos de una generación. La petrolera iraquí debe ser una empresa privada y sus acciones distribuidas entre todos los ciudadanos de Irak, quienes no podrían venderlas en un tiempo prudencial, hasta tanto su valor real sea reflejado en las cotizaciones de una bolsa de valores que funcione.
 
Así el petróleo sería verdaderamente de los iraquíes. En 1976, a raíz de la nacionalización de la industria petrolera en Venezuela, el entonces presidente Carlos Andrés Pérez nos decía a los venezolanos: “ahora el petróleo es nuestro”. Mentira. El petróleo fue suyo y ahora es de Hugo Chávez. Si el petróleo fuera de los venezolanos, cada uno tendría acciones de la empresa y Chávez no hubiera podido despedir a 19.000 empleados de Petróleos de Venezuela. El desenlace de tales despidos masivos de ejecutivos y técnicos competentes es que las empresas petroleras transnacionales están de vuelta en Venezuela, subcontratadas para llevar a cabo labores técnicas y complicadas porque el personal “bolivariano” de Chávez sólo logra producir incendios en las refinerías y derrames en el lago de Maracaibo. Cuando se trata de “sus” dólares, a Chávez no le importa que regresen las transnacionales, con la condición que no  empleen a los técnicos venezolanos destituidos.
 
Ya hemos visto que la capacidad de corrupción de los mandatarios árabes es bastante parecida a la de tantos políticos latinoamericanos. Son aún más descarados porque no les da vergüenza construirse fabulosos palacios rodeados de miseria, pero ambos grupos desconfían de las monedas nacionales que ellos mismos destruyen, por lo que sus fortunas personales siempre están en dólares.
 
Sadam Husein tenía escondidos millones de dólares por todas partes y es increíble que Washington no le brinde a los iraquíes la oportunidad de utilizar dólares como moneda, dejándolos sujetos a las manipulaciones de un banco central tercermundista.
 
Según el camino anunciado, Irak tendrá a la vuelta de pocos años a gobernantes parecidos a los de Venezuela, Brasil y Argentina, países inmensamente ricos, con poblaciones miserables porque sus políticos roban inflando la moneda, imponiendo controles de cambio y de precios, regulando la vida y actividades de la ciudadanía, a la vez que reparten monopolios y privilegios entre sus secuaces. 
 
Sería una verdadera tragedia que los iraquíes terminen pagando con miseria y socialismo que éste sea un año de campaña electoral en Estados Unidos.
 
© AIPE
 
Carlos Ball es director de la agencia AIPE y académico asociado del Cato Institute.

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