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Los presidentes de Brasil y México fueron sorprendidos por un micrófono de la cadena española de televisión Telecinco, que recogió un diálogo de Fernando Henrique Cardoso y Vicente Fox sobre el gran progreso económico de España desde los años sesenta. Ambos estuvieron de acuerdo: la razón por la cual España mejora, y México y Brasil no, estriba en la ayuda europea, y es deplorable que EE UU no haga lo propio con América Latina.

Probablemente lo más descorazonador de esta conversación es que sus protagonistas no son politicastros sino mandatarios que –dentro de lo que hay- no están mal. Por ejemplo, y por hablar sólo de la Cumbre, Fox dijo abiertamente que había que apostar por el liberalismo y que la culpa de los males de la Argentina no recaía en el mercado sino en las malas políticas económicas y fiscales de sus gobernantes; Cardoso, por su parte, insistió en que Europa debe contener su egoísta proteccionismo y dejar entrar mercancías latinoamericanas. Y sin embargo, dos presidentes capaces de proclamar en público nociones tan sensatas, en privado y cuando creen que nadie los escucha afirman que el crecimiento depende de ¡la ayuda exterior!

Este es el pensamiento único: los pueblos no pueden crecer solos y necesitan de los políticos; si los políticos de dentro no dan abasto, deberán acudir en su ayuda los políticos de fuera, pero el fundamento de la respuesta residirá siempre en los despachos oficiales.

Es posible que la raíz de esta tontería provenga del Plan Marshall, prólogo de lo que ha sido la ideología del Tercer Mundo y la ayuda al desarrollo. En todos los casos, la creencia es que el crecimiento se debe a la ayuda: Europa pudo reconstruirse gracias al Plan Marshall, y la clave de la salida de subdesarrollo en el 0,7 %.

No por vastamente arraigadas dejan de ser estas creencias falsas. Alemania no salió adelante tras la Segunda Guerra Mundial gracias al dinero de los contribuyentes norteamericanos sino gracias a su propio trabajo, muy facilitado por las medidas estabilizadoras y liberalizadoras de Erhard y los suyos. No fue la ayuda exterior la que hizo prosperar al Este asiático, sino la paz y la libertad de comercio. Y, al contrario, como enseñó el recientemente fallecido P. T. Bauer, muchas veces la llamada “ayuda” es perjudicial para los países pobres.

El ejemplo de España es notable, y son muchos los que piensan, igual que Fox y Cardoso, que este país sólo mejoró con la muerte de Franco y la llegada de la democracia y los subsidios europeos. La verdad es muy distinta y políticamente mucho más incorrecta: nunca convergió este país más con Europa que en los años sesenta, cuando no había democracia ni subsidios; simplemente, la dictadura decidió mejorar la administración y adoptar una política económica más abierta y menos autárquica.

Adam Smith escribió en 1776 que era el trabajo humano –no los metales preciosos ni los recursos naturales- la fuente de la riqueza de las naciones, y que la misión de los gobernantes era promoverlo y no fastidiarlo. Dejarlo en paz, en suma. Más de dos siglos después, Fox y Cardoso parecen de antes.

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