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Ancho y sobrado estuvo don José Folgado, secretario de Estado de Economía, cuando declaró a la COPE el miércoles pasado que este Gobierno español es muy serio y que su principal compromiso no es bajar los impuestos sino el déficit cero y el mantenimiento del curiosamente llamado gasto “social”, que la sociedad paga sin gastar, y que los políticos gastan sin pagar.

La obsesión del déficit cero, así, revela finalmente la faz siniestra que algunos pesimistas anticipamos, y torna de virtud en vicio con disfraz probo. En efecto, mantener elevados los impuestos presumiendo de higiene fiscal quebranta un compromiso electoral del PP, y elude la cuestión crucial: ¿cuál es el déficit que de verdad importa, el de los ciudadanos o el del Estado?

Es asombroso que los políticos jamás atiendan al déficit de quien debería constituir su principal preocupación, el contribuyente. Si lo hicieran, saldrían rápidamente de la trampa que tiende Folgado, porque el déficit que cuenta es el de los ciudadanos, y no pueden las autoridades escudarse en el binomio déficit cero/gasto social irreductible, porque en tal caso sacrificarán a quien teóricamente pretendían favorecer. Para que el déficit cero sea una consigna liberal su pareja ineludible no puede ser un gasto público rígido sino a la baja. Pero jamás quedará a esta benéfica alternativa colgado Folgado.

Quien se quedó, en cambio, colgado en la inopia intelectual fue el gran escritor mexicano Carlos Fuentes, que llamó “tonto pero obsesivo” a Reagan y acusó a EE UU de practicar “un mercado-leninismo implacable”, y potenció esas bobadas habituales cuando aseguró sin rebozo que el New Deal de Franklin D. Roosevelt “sacó al país de la depresión”. Fue exactamente al revés, el intervencionismo y el proteccionismo rooseveltianos hundieron la economía norteamericana aún más en la recesión, pero la demagogia de FDR ha probado tener, en EE UU y el exterior, una mano tan tramposa como perdurable.

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