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Carlos Rodríguez Braun

Francia, Alemania, España y Portugal

Que no se diga que esta columna es estrechamente nacionalista, porque hoy la ocupan cuatro celebridades de otros tantos países: Alain Touraine, Uwe Timm, Manuel Pimentel y José Saramago.

Alain Touraine, uno de esos personajes insustanciales idolatrados por los medios, lamentó que la globalización “ha hecho que la vida económica esté por encima de los principios culturales y morales”. Este antiguo disparate no es más que el disfraz del apetito liberticida: la gente es sórdida y materialista, con lo cual no merece ser libre. La forma en que aman los intervencionistas la coacción, empero, muta. Afirmó Touraine: “Las Cámaras de los Diputados deberían tener más responsabilidad y un papel más activo en la vida política. De ellas debería emanar el control de la economía”. Es decir, el intervencionismo no es malo de por sí, sino sólo cuando proviene del Ejecutivo. La organización de la economía no es disparatada, piensa (es un decir) Touraine, si quien la controla es el Parlamento.

El escritor alemán Uwe Timm rechazó, con toda razón, la normativa de la Unión Europea que regula y uniformiza el tamaño de las patatas, pero aseguró que eso es culpa ¡del mercado! Se quejó del “turbocapitalismo que padecemos” e incurrió en topicazos como la “salida solidaria” y que la vida no pasa necesariamente por “ganar dinero”. Otro intelectual que confunde solidaridad con menos libertad y piensa que alguien nos obliga a renunciar a la vida espiritual a cambio del (no por azar llamado) vil metal. No es así, uno puede montarse una cooperativa y vivir (pobremente, eso sí) del trueque. Todo esto, claro, si uno tiene la suerte de vivir en un odioso país capitalista.

Manuel Pimentel no se anda con chiquitas y aspira a un sistema redistributivo planetario, nada menos. Después de hablar del manido caso de los ricos y los pobres, siempre con la falaz sugerencia de que los unos lo son porque los otros lo son, razona (es un decir) Pimentel que si el Estado del Bienestar ha funcionado tan bien en España y Europa ¿por qué no imponerlo en todo el mundo mundial? No se le ocurre al bueno de Pimentel que los suecos no viven bien gracias al welfare state sino a pesar de él, y por eso lo quieren cambiar ahora, a pesar de Pimentel.

Y no podía faltar José Saramago, gran benefactor de esta columna. Fue elegido “hombre del año”, por un grupo de mujeres de criterio escueto. Dijo que quien se merecía ese honor no era él sino los ciudadanos de Cuba, oprimidos por la siniestra tiranía comunista de Fidel Castro.

No, no, que es broma. No dijo eso ¿cómo lo iba a decir si es un gran admirador del dictador y un gran enemigo de la libertad? Dijo que quien se merecía el premio eran ¡los trabajadores de Sintel! No falla una, el tío.

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