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El escritor Antoni Puigverd defiende el plurilingüismo y ataca al mercado porque en el mercado triunfa “lo fuerte… en el gran mercado, lo pequeño es inútil”. En el mercado todo se uniformiza “eliminando al diferente y al raro”, con lo que se llega a “la hamburguesa lingüística”.

Estos argumentos son muy notables. Los pequeños pueden ser muy fuertes en el mercado, y la historia de David y Goliat se repite allí con mucha frecuencia, como bien saben en IBM, que llegaron a representar más de la mitad del mercado de ordenadores, hasta que unos chicos que habían empezando en un garaje osaron desafiar al gigante y le ganaron.

Lo de la uniformidad es increíble, porque si hay un régimen que uniformiza no es el capitalismo, sino el socialismo. En algunos países, además, uniformiza literalmente, es decir, obliga a todo el mundo a vestirse igual. El comunismo es el régimen que elimina al diferente y al raro, como bien saben los homosexuales de Cuba y otros paraísos socialistas.

Ahora bien, la posibilidad de diferencia que permite el mercado no comporta necesariamente la atomización de todo, en particular, la libre elección en el mercado bien puede dar como resultado la limitación de la oferta de lo que sirva para comunicarse; así, una sociedad liberal es perfectamente compatible con pocas monedas o pocos idiomas vastamente utilizados. Si hay muchas monedas, como recordó con gracia y acierto Juan Ramón Lodares, es porque hay curso forzoso; si el idioma español se impuso, lo hizo menos que la peseta, y por mejores razones.

En suma, que la gente puede elegir uniformarse, pero eso no es lo que gusta a los enemigos de la libertad, que aman tanto la diferencia que aspiran a imponerla. Y odian las hamburguesas, claro, que es lo que los trabajadores eligen comer, libremente.

En Libre Mercado

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