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Escribió Eduardo Haro Tecglen: “globalización es Argentina alampando de hambre”. Desde siempre los enemigos de la libertad la han acusado, entre otros muchos males, de reducir los niveles de vida de los ciudadanos, e incluso de extender y promover la peor catástrofe económica: el hambre. Nunca han tenido razón en sus jeremiadas.

El hambre es una casi eterna compañera de la humanidad, y sólo empezó seriamente a quedar contenida en una escala apreciable gracias al capitalismo y a la globalización, a partir del siglo XIX –precisamente el siglo aborrecido por los antiliberales, que suelen hablar como si la humanidad hubiese vivido muy bien hasta entonces.

A partir de la extensión del mercado y el capitalismo ha habido innumerables demostraciones de que la realidad es justo la contraria de la que imagina Haro Tecglen, es decir: a más globalización, menos hambre. No es la globalización la que empobrece a África sino su ausencia.

Lo asombroso es que Haro Tecglen no se haya fijado en los numerosos ejemplos de falta de globalización que brinda el comunismo (que es antiglobalizador en todo menos en la violencia): el hambre que asola Corea del Norte, por ejemplo, claramente se debe al comunismo, a la falta de capitalismo, de mercado y de globalización.

La Argentina está sumida hoy en la pobreza porque sus políticos fueron corruptos e intervencionistas, porque robaron y no liberalizaron, y no por un exceso de globalización.


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