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Antoni Castells, flamante consejero de Economía y Finanzas del Gobierno Catalán, y catedrático de Hacienda Pública, aseguró que bajar impuestos no es de izquierdas. Y el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, pidió más dinero público desde la Administración hacia el ayuntamiento, para "evitar la frustración de los ciudadanos".
 
Gracias al profesor Castells sabemos a qué atenernos: "Lo que es de izquierdas es que los impuestos se distribuyan de una manera justa entre los ciudadanos, que paguen aquellos que más capacidad fiscal tienen y que los impuestos sirvan para financiar unos buenos servicios públicos". O sea, que la izquierda fiscal es una función con tres argumentos: la distribución, la progresividad y el gasto. Don Antoni tendría desde luego problemas para determinar qué distribución de gravámenes es "justa", pero no hace ninguna referencia a que la presión fiscal deba ser reducida por razones de justicia, sea cual fuere su distribución entre los distintos impuestos, con lo cual nos permite el siguiente ejercicio. Supongamos una estructura fiscal progresiva y un gasto que financie unos buenos servicios y que equivalga al 100 por ciento de la renta de los ciudadanos. Habría desaparecido la propiedad privada y la libertad, pero los impuestos podrían estar distribuidos de manera "justa", pagaría más quien más tuviese, y la recaudación financiaría unos buenos servicios públicos. El profesor Castells estaría satisfecho: ¡eso sería de izquierdas!
 
Don Alberto Ruiz Gallardón es otro estupendo abnegado: él quiere más gasto público para evitar frustraciones. Otra vez, sigamos su generosa lógica. Si el aumento del gasto público evita frustraciones ¿por qué no aumentarlo? Así, llegaríamos a un escenario donde el gasto de las Administraciones Públicas equivaliese al 100 por ciento del PIB. Como, según el ilustre alcalde, la frustración deriva de la insuficiencia del gasto pero no de la presión fiscal, habríamos logrado un escenario idílico, sin frustración alguna.

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