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En su crítica al discurso navideño del rey, el coordinador de Izquierda Unida, Gaspar Llamazares, afirmó que España no es un país más justo: “El crecimiento económico favorece al sector más privilegiado de la sociedad, mientras que el resto queda marginado o desprotegido”; dicho crecimiento es para él “insolidario” porque “el Gobierno no ha hecho nada para que hubiera un reparto social y territorial más equitativo”.

Este revelador disparate gira en torno al más remoto atavismo antiliberal: la idea de que la justicia es la igualdad, pero no la igualdad ante la ley, que es la clave del Estado de Derecho, sino la igualdad mediante la ley, es decir, la igualdad forzada por el poder político. Por eso los izquierdistas niegan la esencia misma del progreso, que es la desigualdad: nótese que el día en que se inventó la imprenta el mundo fue más desigual que el día anterior; por lo tanto, de lo que se trata no es de suprimir la desigualdad sino de contar con las instituciones adecuadas para que la desigualdad sea retribuida y pueda extenderse por toda la sociedad para que, por ejemplo, cualquiera pueda tener la posibilidad de difundir así sus ideas.

La negación de esa realidad institucional es lo que hace que la izquierda repita una y otra vez sus fantasmas igualitarios y abogue por el reparto “social y territorial”, nada menos, que a todos equipare en el lecho de Procusto. La única forma de lograr esto, naturalmente, es que mande Procusto, es decir, la hipertrofia del poder político y la negación total de la justicia y la libertad. Eso es el comunismo, sobre el que aún estamos esperando que don Gaspar Llamazares extraiga alguna justa enseñanza y formule alguna justa crítica.

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