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Carlos Rodríguez Braun

Lector y profesor

Cuando en casi todo el planeta el Estado representa, medido por el peso del gasto público, un porcentaje equivalente al 40 % del PIB, o más, afirmar que nos hallamos en una situación de "Estado mínimo" es una estupidez propia de catedráticos.

Un lector afirmó en una carta a El País que si la sanidad es pública, su gasto se dedica a partidas como sueldos, suministros y mantenimiento, mientras que si el servicio es prestado por empresas privadas "hay que añadir el pago de los beneficios".

La sospecha sobre las ganancias de los capitalistas es tan antigua como ellas mismas, y una vieja forma de condenarlas es, precisamente, considerarlas sólo como una carga innecesaria para la consecución de bienes y servicios. Aquí cabe interponer dos argumentos. Uno es que los beneficios retribuyen la creación de riqueza. Eliminar los beneficios, así, elimina riqueza. El otro argumento descansa sobre la reducción al absurdo. Si los beneficios son puro coste sin contrapartidas, la solución "económica" es obvia: acabar con el capital y con su remuneración. Dado que eso es lo que hace el socialismo, y dado que conocemos la pobreza que el socialismo genera, esto podría dar al lector de El País algún motivo de reflexión.

Dirá usted que los lectores no tienen por qué ser economistas, y por tanto no hay que cargar mucho las tintas sobre sus errores en esta disciplina. Es verdad. Carguemos por ello las tintas sobre un economista y catedrático al que escuché decir por la radio, a propósito de la muerte de Friedman, que en los últimos tiempos el mensaje liberal ha calado de modo excesivo, y hemos pasado a "un Estado mínimo".

Cuando el Estado no se ha reducido apreciablemente en ninguna parte, cuando en casi todo el planeta representa, medido por el peso del gasto público, un porcentaje equivalente al 40 % del PIB, o más, afirmar que nos hallamos en una situación de "Estado mínimo" es una estupidez propia de catedráticos.

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