Trinidad Jiménez García-Herrera, secretaria de Estado para Iberoamerica, afirmó en El País que América Latina experimenta "una situación paradójica: la región crece por encima del 5 % y, sin embargo, el problema de la pobreza y la desigualdad se ha ido agravando".
Una economía abierta que se desarrolla no puede dejar de reducir la pobreza. Es posible que la renta per cápita crezca por debajo de la renta total, si aumenta la población, por ejemplo, debido a una importante oleada de inmigrantes como la que ha registrado España en tiempos recientes. Pero una economía no totalmente cerrada que crece, y además a una tasa tan elevada como el 5 % en términos reales, es imposible que no reduzca la pobreza.
Veamos el segundo dato que nos da la señora Secretaria: aumenta la desigualdad. Esto, en principio, no tiene nada de malo; lo malo es la pobreza, y sólo la pasión socialista por Procusto convierte la desigualdad en rechazable. Pero bendición o maldición, la desigualdad es acompañante habitual del enriquecimiento. En efecto, como es inconcebible que todo el mundo se enriquezca a la vez y por igual, todo proceso de desarrollo afecta desigualmente a la sociedad.
Desigualdad no equivale a pobreza. Incluso en el caso de una economía completamente cerrada en la cual todo el crecimiento económico, ese 5 % del párrafo anterior, fuese embolsado por un aislado dictador, la pobreza no habría aumentado. Lo normal, por supuesto, es que la nueva riqueza creada se reparta entre una multitud de personas.
En todo caso, como la mayor desigualdad es paralela a o consecuencia de la menor pobreza, doña Trinidad va a tener que elegir entre sus dos diagnósticos alarmistas sobre América Latina. Aunque, considerando la costumbre de su líder Rodríguez Zapatero de decir una cosa y su contraria, igual no.
