El Premio Nobel Günter Grass afirmó que “el Parlamento no decide de forma soberana”, porque depende de empresas y bancos, no democráticos, con lo cual “el ciudadano queda expuesto sin protección al dictado de la economía”, y “el Parlamento degenera en filial de la Bolsa”.
Antigua ficción antiliberal es esta lacrimosa idea conforme a la cual la economía manda no sólo como la política sino incluso más que ella. Por tanto, debería extenderse la política para compensar ese terrible avance de la economía sobre los ciudadanos. Naturalmente, dicha extensión de la política no plantea problema alguno.
Grass lamenta el último “siglo neoliberal”, es decir, llama neoliberal a que el peso del Estado medido por el gasto público sobre el PIB haya saltado de menos del 10 % a más del 40 % -curiosa definición de liberalismo, sin duda- y reclama como solución “una coerción democrática radical”.