Desprendido favorecedor de esta columna, recetó muy serio Federico Mayor Zaragoza: "Se requiere una economía basada en puntos de referencia éticos…y no guiada por los miopes y con frecuencia turbios designios del mercado".
El mercado no lo pueblan santos sino seres humanos, siempre imperfectos y en algunos casos, claro que sí, faltos de ética y con designios miopes y turbios. Pero en su mayor parte no son así, porque siendo los mercados confluencias de tratos y contratos voluntarios de personas libres, simplemente no podrían existir si primara allí la inmoralidad sistemática.
Don Federico parece cultivar la ficción de la asimetría de la naturaleza humana: deshonesta, miope y turbia en el mercado pero sabia y angelical fuera de él. Así se explica que pretenda basar la economía en una moral no mercantil, es decir, política –de ese mundo de las burocracias internacionales y los lobbies donde él se mueve como pez en el agua y donde no detecta señales sospechosas. Acto seguido, da con la solución: la economía del "conocimiento", que se conseguirá (¿no lo adivina usted?) obligando a la gente a pagar "un fondo europeo para el fomento de la investigación". Y ha hecho los cálculos: "para conseguir el impacto necesario el gobierno deberá contar con una cantidad anual de al menos dos mil millones de euros".