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Enrique Giménez-Reyna, Secretario de Estado de Hacienda, sostiene que la propuesta socialista de bajar el IRPF y reducir sus tramos a dos o a uno sólo es defendida por “los sectores más ultraliberales y no tiene aplicación práctica en ninguno de los países de la OCDE”.

Desde luego los socialistas parecen cualquier cosa menos ultraliberales, pero lo más llamativo de la argumentación del señor Giménez-Reyna es eso de que bajar los impuestos y achicar los tramos no se lleva en la OCDE. En primer lugar, porque es falso, porque en casi toda la OCDE lo que se lleva es exactamente eso. Pero, en segundo lugar, suponiendo que no fuera así, entonces ¿qué? Tampoco se llevaba la privatización de las empresas públicas hasta hace veinte años. Siempre hay alquien que abre la puerta de la libertad por primera vez. No será el señor Giménez-Reyna, no, porque el secretario de Estado se aferra a dos principios. Uno es la progresividad como equidad, algo cuestionado por los técnicos de Hacienda desde hace tiempo, y el “otro principio también básico para este Gobierno es la suficiencia financiera”, interesante tesis, esta sí compartida puntualmente por los socialistas y por todos los políticos de todos los partidos, tesis según la cual la actual presión fiscal es globalmente intocable, y sólo cabe redistribuir cargas dentro de ella.

Si la derecha chapotea de tal guisa en el desconcierto y la confusión, no llamará la atención que para Eduardo Haro Tecglen el lío de Iberia demuestre que algunas empresas son demasiado importantes para ser privadas. La corrección política prevaleciente en sus compañeros del programa “A vivir que son dos días” hizo que se plantearan seriamente la renacionalización de Iberia. Por supuesto, eso es lo que buscan en última instancia los pilotos del Sepla, porque cuanto más “estratégica” sea la empresa, más poder tendrán los que en realidad la dominan, o sea, ellos. La solución real, que es no menos privatización sino más, lo que pondría a la empresa en competencia genuina al servicio de los usuarios y que arrebataría el poder a políticos y sindicalistas sin escrúpulos, no cruza la cabeza de izquierdistas y derechistas. ¿Y el ultraliberalismo? Pues nada por aquí, nada por allá.

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