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Carlos Sabino

Doble moral

Videla y Pinochet fueron monstruos a los que todo se les niega, pero Castro es apenas un hombre bienintencionado que ha cometido ciertos excesos, que ni siquiera consideran prudente censurar en público.

En la reciente cumbre del Mercosur, en Córdoba, Argentina, hubo una inusitada presencia: Fidel Castro, octogenario y débil, con la barba ya rala pero capaz aún de pronunciar largos discursos, deleitó a sus seguidores con las frases de siempre y compartió con Evo Morales, Chávez y los otros mandatarios del grupo la foto tradicional en que se los vio a todos unidos, como una gran familia.

No extraña en verdad que el dictador del Caribe se reúna con los gobernantes de Venezuela y de Bolivia, quienes abiertamente admiran lo que ha hecho Fidel en la isla después de 47 años y medio de gobierno ininterrumpido. No es del todo sorprendente que Kirchner, el argentino, lo reciba nuevamente en su tierra, porque es bien conocida la inclinación que tiene a ocupar altos cargos de su gobierno con antiguos guerrilleros que pertenecieron a los sangrientos Montoneros. Pero, cabe preguntarse, ¿por qué personas democráticas como Lula o el uruguayo Tabaré Vásquez aceptan compartir la escena con alguien que ha ensombrecido a Cuba durante tantas décadas? ¿Es que acaso piensan que lo mejor para sus pueblos es el régimen que existe en la isla, un comunismo con cartilla de racionamiento donde se encarcela a la gente simplemente por poseer un ejemplar de la Declaración Universal de los Derechos Humanos o se puede recibir pena de muerte por intentar "fugarse" del país?

Durante muchos años Fidel empleó una retorcida táctica que le dio excelentes resultados: promovió la presencia de grupos armados en los países de América Latina, los apoyó con dinero y permitió que sus miembros se entrenaran en Cuba, pero luego, según las circunstancias cambiantes de su política exterior, "canjeó" este apoyo a cambio del reconocimiento internacional para su régimen. En otras palabras, chantajeó a los gobiernos de la región con la presencia de sus partidarios –a quienes usó sin recato– para que no se lo excluyera de las actividades diplomáticas de la región. A los españoles y canadienses, por su parte, les ofreció jugosas concesiones para que invirtieran en el país, aumentando sus ingresos y permitiendo que ciertas empresas de esos países se enriquecieran, mientras seguía quejándose del embargo impuesto por Estados Unidos, al que siempre llamó "bloqueo" para jugar el papel de víctima y proyectar una imagen de revolucionario al que se quiere destruir.

Pero después de tantos años, me pregunto, ¿es que Lula teme que Fidel pueda desestabilizar a Brasil? ¿Es que en Uruguay es posible el retorno de los Tupamaros? Las respuestas, obviamente negativas, nos dejan con una amarga conclusión: si en América Latina aún se invita a Fidel Castro y se lo integra a las diversas cumbres que se realizan es porque en definitiva se acepta en mayor o menor medida, con cualquier excusa, la tiranía que soporta Cuba.

Llegamos así a la triste comprobación de que, para casi todos nuestros gobernantes, hay dictadores buenos y dictadores malos, hay derechos humanos para unos pero no para otros. Entonces, Videla y Pinochet fueron monstruos a los que todo se les niega, pero Castro es apenas un hombre bienintencionado que ha cometido ciertos excesos, que ni siquiera consideran prudente censurar en público. Con este aval, claro está, es fácil para el anciano dictador de la isla seguir oprimiendo a un pueblo al que todavía gobierna de modo implacable, con un régimen mucho más opresivo que el que impusieran en su tiempo Trujillo o Somoza.

La doble moral de los Kirchner y los Lula –y de tantos otros que preferimos no nombrar– nos recuerda que nuestros países no están gobernados por verdaderos demócratas sino por hipócritas que usan la democracia como bandera, pero que se sienten todavía "antiimperialistas" y son incapaces de criticar realmente al socialismo autoritario que tanto dolor ha causado en naciones de todos los continentes. Con gobernantes así, de poco valen las reformas económicas y la apertura de nuestras economías: todo eso se puede cambiar rápidamente y, como lo muestra el caso venezolano, podemos avanzar otra vez "impetuosamente" –como se decía en tiempos de los soviéticos– hacia un "futuro luminoso" de miseria y opresión.

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