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Carlos Sabino

El colapso de la economía

Un nuevo elemento ha venido a complicar la ya compleja e intratable crisis venezolana: el colapso casi completo de la economía. Venezuela sufrió un desempeño económico realmente alarmante durante 2002: el producto cayó en aproximadamente 6% (no se han publicado las estadísticas oficiales, aunque los resultados ya se conocen), el desempleo rondaba el 18%, la inflación sobrepasaba el 30% y la devaluación del bolívar, el signo monetario nacional, era realmente escandalosa. En apenas 12 meses el tipo de cambio pasó de 754 bolívares por dólar a 1.400, acumulando una caída del 85% en tan breve lapso.

Convencida de que el presidente Chávez jamás entregaría el poder voluntariamente, la oposición venezolana declaró el 2 de diciembre un amplio Paro Cívico Nacional con el objeto de promover la renuncia del autoritario caudillo o forzarlo a aceptar elecciones anticipadas. Ya se habían recogido firmas para promover un referéndum consultivo el día 2 de febrero, pero existían dudas razonables acerca de su efectiva realización, tantos eran los obstáculos prácticos y legales que en su contra estaba acumulando el gobierno. El paro significó el cierre de casi toda la industria y buena parte del comercio; el sector financiero comenzó a trabajar en horario reducido y, a los pocos días, después de abiertas provocaciones del gobierno, la industria petrolera nacionalizada también se detuvo.

Para una economía tan dependiente del petróleo como la venezolana, este último hecho significó una catástrofe cuyos efectos todavía no se pueden evaluar con precisión. La producción cayó de unos tres millones de barriles diarios a pocos centenares de miles, produciendo una pérdida de ingresos calculable en 1.500 millones de dólares mensuales y desabasteciendo casi por completo el mercado interno. Las finanzas públicas, ya en plena crisis por un presupuesto imposible de financiar, resintieron inmediatamente el golpe, colapsando poco después: el gobierno ha dejado de pagar los sueldos a los empleados públicos, las reservas comenzaron a descender velozmente y el tipo de cambio, en consecuencia, comenzó a subir sin freno alguno.

Ante este oscuro panorama, el gobierno de Chávez ha procedido a suspender la venta de divisas mientras trata de implementar la medida a la que siempre recurren nuestros malos gobiernos iberoamericanos: el control de cambios. El dólar, como era de esperar, se ha disparado en el mercado negro -llegando a valores que oscilan entre 2.200 y 2.500 bolívares-, las importaciones están paralizadas y, aunque el Paro Cívico ha pasado ahora a una fase más moderada, el país está de hecho detenido: muy poco se produce o se puede producir, nada se exporta y no hay dinero para asegurar siquiera el funcionamiento mínimo de la administración pública. El producto interno puede descender hasta en 35% durante el primer trimestre de este año, una cifra escalofriante y que sólo se ha registrado, alguna que otra vez, en naciones devastadas por la guerra.

Chávez, sin embargo, no cede. Actúa como si en el país no pasara nada, demora cualquier salida electoral a la crisis –porque sabe que perderá estrepitosamente– y trata de ganar tiempo... mientras Venezuela se derrumba, aumenta la pobreza y el desempleo sigue aumentando implacablemente.

La estrategia de Chávez, efectiva para mantenerlo en el poder en el corto plazo, constituye sin embargo un suicidio político. A medida que pasen las semanas se podrá sentir cada vez con mayor intensidad la crisis económica que atravesamos, restándole parte del poco apoyo electoral que le queda. Eso hará que se resista con más fuerza a todo tipo de elecciones, aunque –gracias en parte a la presión internacional– no podrá evitar alguna forma de consulta comicial en los próximos meses. Acorralado y sin apoyo, con un país colapsado, es probable que apele al ejército para propiciar un golpe de estado o provocar un enfrentamiento abierto. Pero ya no tiene fuerza para avanzar hacia esas salidas extremas y, en pocos meses, se verá obligado de un modo u otro a abandonar el poder. Su ciclo habrá terminado pero Venezuela será entonces, desgraciadamente, un país en ruinas.

Carlos Sabino es corresponsal de la agencia © AIPE.

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