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Carlos Sabino

La frustración

Venezuela pareciera estar, al cierre del año 2000, en una situación económica bastante tolerable. Los principales indicadores muestran un comportamiento positivo o, por lo menos, muy poco alarmante: la actividad económica ha crecido cerca de un 3%, una cifra todavía baja pero que revierte el desastre de 1999, cuando se experimentó un descenso del 7%; la inflación es aún alta, del orden del 13-14%, pero esta cifra resulta la más reducida desde 1986; algo similar ocurre con el desempleo, que si bien es preocupante (14%), resulta algo menor que el que se registrara hace un año. Las reservas internacionales, ni qué decir, reflejan el impacto de unos precios del petróleo desusadamente altos, que triplican los que eran normales hace apenas dos años. Pero en este punto, lamentablemente, encontramos el problema que justifica el título que elegimos para este artículo.

Porque Venezuela ha obtenido los moderados logros que mencionamos en un año realmente extraordinario, uno de esos años que ya conoce un país acostumbrado a la "montaña rusa" del mercado mundial del crudo, donde los precios suben y bajan con una rapidez que produce vértigo. Y en un período así, cuando los ingresos del gobierno han llegado a duplicarse, nos encontramos con una tímida reactivación que no alcanza a sacarnos de la depresión que soportamos, mientras aumenta enormemente el gasto público, se incrementa el déficit fiscal y la inversión privada sigue en los más bajos niveles conocidos.

Estamos otra vez, por lo tanto, recorriendo el ciclo que ya tantas veces hemos transitado: años de elevados ingresos petroleros -como lo fueron 1974, 1980, 1990 y 1997, por ejemplo, en los que se produjo una breve expansión de la economía- a los que siguen tiempos de crisis, cuando los precios internacionales de nuestro producto de exportación vuelven a bajar. Pero el ciclo, por desgracia, arroja siempre un saldo negativo. Al final de cada crisis estamos peores que al comienzo, más atrasados en nuestro desarrollo, con más pobreza y menos expectativas de crecimiento real. Para decirlo con un solo dato, pero impactante por la importancia que tiene, el ingreso real de los venezolanos es hoy, para cada habitante, inferior al que teníamos en el año1950.

Esto ocurre así porque, durante cada período de expansión, se produce un crecimiento que es mayor para el estado que para el sector privado. Con cada ciclo se reduce la proporción de la inversión privada con respecto a la pública, se incrementan los compromisos y los gastos del gobierno en el marco del conjunto de la economía y se reduce proporcionalmente el papel de la empresa libre en una nación que, de algún modo, se va pareciendo cada vez mas a lo que fueran las economías socialistas. Venezuela vive así cada vez más del estado, del estado dueño del recurso petrolero. No es casual que en el 2000, mientras la economía crecía, hayan cerrado sus puertas miles de empresas, haya crecido proporcionalmente el sector informal de la economía y el ahorro interno se encuentre anclado en valores bajísimos.

El gobierno de Chávez, de clara y evidente vocación estatista, no ha hecho sino profundizar estas tendencias, esta dependencia estructural que nos lleva a ser la economía latinoamericana de peor desempeño en las últimas dos décadas. Sus amenazas a la propiedad privada, su poco respeto al estado de derecho y la politización extrema a la que nos ha llevado crean un clima de incertidumbre que debilita aún más la creación de riqueza. Por eso nuestras previsiones para el 2001 no pueden ser sino pesimistas: con el precio del crudo otra vez en declive Venezuela se acercará, muy probablemente, a otra de esas terribles crisis que ya conocemos de sobra, a una situación en que las reservas disminuyen, la inflación se dispara y el gobierno, como siempre, intenta resolver los problemas aumentando aún más su control sobre una economía ya ahogada por regulaciones y prohibiciones.

De ese escenario, sin embargo, podrá tal vez surgir una esperanza. Quizás los venezolanos entiendan, en esta nueva oportunidad, que sólo una economía libre y abierta es capaz de generar el crecimiento que tanto necesitamos.

© AIPE

Carlos Sabino es corresponsal en Caracas de la agencia de prensa AIPE.

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