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Carlos Sabino

La supervivencia del populismo

No sin bastante preocupación se ha asistido, en los últimos años, a un cierto renacer del populismo en América Latina. Cuando la región retornó a la democracia, a comienzos de los 80, algunos pensaron que las aventuras golpistas, las tentativas subversivas guerrilleras y los gobiernos de más franco corte populista no volverían a perturbar los derroteros políticos de un conjunto de países que, por cierto, no se habían caracterizado por su estabilidad. Con las reformas económicas de finales de esa década y comienzos de los 90, que promovieron la estabilidad económica y permitieron retornar a la senda del crecimiento, se reforzaron las condiciones -aparentemente- para que pudiesen consolidarse por fin el sistema democrático y el estado de derecho. Pero este proceso, como lo han mostrado diversos sucesos en los últimos tiempos, no ha resultado tan simple ni tan directo como se esperaba.

Las victorias electorales de Chávez en Venezuela, el confuso derrocamiento de Jamil Mahuad en Ecuador, la elección de Alfonso Portillo en Guatemala y, más recientemente, la fuerza mostrada por Alan García en los comicios presidenciales peruanos, son indicadores claros de que el populismo tiene profundas raíces en Iberoamérica y de que no resultará tan fácil superar la época de los políticos que formulan desmedidas promesas, apegados todavía a la retórica de la lucha de clases, mientras intentan manipular la economía de sus países ante el beneplácito de una parte significativa de la población.

A pesar de estos incontrastables hechos, sin embargo, no creemos que los discursos demagógicos tengan un futuro demasiado luminoso en nuestra región. En primer lugar porque México, Brasil y la Argentina parecen escapar, hasta ahora, de esa recaída en prácticas que consideramos felizmente superadas, al menos en lo esencial; en segundo lugar porque --tanto en Perú como en Ecuador-- se han conjurado momentáneamente las amenazas de regímenes francamente populistas o izquierdizantes; y, en tercer, lugar, porque ni en Guatemala ni en Venezuela los actuales gobernantes parecen tener posibilidades reales de producir un viraje efectivo en sus sociedades que las lleve de regreso a las políticas y prácticas de hace más de dos décadas.

El venezolano Chávez, a pesar del enorme poder que le confiere la nueva constitución que él mismo se ha empeñado en promulgar, a pesar de las amenazas continuas y de los conflictos que promueve, tiene en realidad una muy escasa obra de gobierno que mostrar. El país sigue estancado --pese a unos sólidos precios petroleros que aportan ingentes recursos al estado--, las inversiones escasean, el capital local se aleja del país y la pobreza, como lo muestran las últimas estadísticas oficiales, sigue en aumento. No es de extrañar que, en este contexto, la popularidad del presidente muestre un constante descenso, mientras poco a poco parece ir reorganizándose una oposición que casi había llegado a desaparecer.

Portillo, en Guatemala, corre aún una suerte peor. Sin recursos para gastar a manos llenas como quisiera, se enfrenta a una oposición variada y que proviene no sólo de los partidos políticos, sino de un movimiento civil que parece ir cobrando fuerzas día a día. La economía del país no acaba de despegar y las deficiencias de su obra de gobierno -junto a evidentes casos de corrupción- son ventiladas día a día por la prensa. Su capital político, en consecuencia, parece agotarse con inusitada rapidez, lo cual va colocándolo, crecientemente, en una posición defensiva nada envidiable.

Estos dos cruciales ejemplos parecen mostrar que de nada sirven las amplias mayorías electorales o el apoyo popular cuando no se tienen planes concretos y eficaces de gobierno, cuando la popularidad se asienta sobre promesas irrealizables y todo lo que se propone como novedoso no es más que el retorno de los viejos métodos de gobernar que tan claramente han mostrado su fracaso. El populismo, entonces, puede retornar en son de triunfo a nuestros países, pero no tiene perspectiva alguna de sostenerse o de aportar nada nuevo a unos pueblos que buscan la prosperidad y el respeto a sus derechos.

© AIPE

Carlos Sabino es corresponsal de AIPE y profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala.

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