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Carlos Semprún Maura

Allons, enfants de la patrie!

Sarkozy se dirigió a ellos como a los "franceses humillados por una derecha que no cesa de disculparse por no ser de izquierdas". Ha dado en el clavo.

El martes 9, Nicolas Sarkozy pronunció en Nîmes, en un mitin de su partido, la UMP, un excelente discurso electoral de candidato a la Presidencia. No soy hincha de Sarkozy ni de sus discursos, pero como en el desierto y tras días sin beber cualquier charco te parece una delicia, éste me pareció muy superior a todos los que le oí; no hablemos ya de los de sus adversarios. Excelente por el estilo, la pasión, la emoción –real o hábilmente fingida– y muy interesante en cuanto a su contenido. Desde luego es sólo un discurso y además presidencial, lo cual exige intentar convencer a la inmensa mayoría y, obviamente, aludir muy de paso o incluso evitar temas particularmente conflictivos, pero si sigue por esa onda pienso que borrará los malos efectos de su postura ambigua durante la grotesca crisis del Contrato Primer Empleo. Los comentarios a dicho discurso han sido timoratos, como si asustara, y se ha dicho que iba dirigido esencialmente contra Chirac y Villepin. Es cierto en lo que concierne a su condena del inmovilismo y consiguiente falta de audacia, pero sobre todo atacó a la izquierda, al PS y, como ya nadie se atreve, atacó a los comunistas, el comunismo, el gulag y los procesos de Moscú, tan firmemente como atacó al nazismo. Como hablaba en tierras en las que el FN tiene bastantes electores, se dirigió a ellos como a los "franceses humillados por una derecha que no cesa de disculparse por no ser de izquierdas". Ha dado en el clavo.

Fue un discurso esencialmente patriótico, que algunos tildarán de demagógico, pero reafirmó el valor de la nación, su perennidad, su necesidad. Con otras palabras vino a decir que Francia no era un terrón de azúcar que iba a derretirse en Europa, ni en el mundo. Pero tampoco, añadió, disparando contra la extrema izquierda y la extrema derecha, puede volver a ser autárquica, atrincherada y friolera, sino por el contrario, abierto a Europa y al mundo. Reivindicó el amor por la Patria, por la tan menospreciada Historia de Francia, reconociendo, obviamente, sus páginas negras, sus "sombras". La esclavitud fue una monstruosidad, pero Francia no fue el único país negrero y la colonización no se resume a eso; fue mucho más y más positiva que la trata de esclavos. Condenó asimismo el régimen de Vichy y su colaboración con los nazis, muy particularmente la persecución y deportación de los judíos. Fue, creo, particularmente brillante en el tema de la integración, destacando, encontré otros, el ejemplo de Guillaume Apollinaire, hijo de una italiana y de un polaco, gran poeta francés, voluntario en la Primera Guerra Mundial, herido en el frente y mort pour la France. Todo ello para presentar su propio caso: hijo de refugiados húngaros, nacido y educado en Francia, cuyo amor por este país lo ha convertido en el más patriota de los franceses, digno, of course, de ser presidente de la República francesa...

Te estás pasando, me susurra al oído tía Mercedes, que se ha instalado en casa y quiere gobernarlo todo. Resumiré: Sarkozy denunció con brío todas las lacras de la sociedad francesa: la pletórica burocracia estatal, los servicios públicos contra los usuarios, el menosprecio del trabajo, el odio al éxito económico, la catástrofe de la enseñanza y de la investigación, las injusticias de la Justicia, una sociedad de asistidos y no de trabajadores, una política de infundios y conspiraciones (refiriéndose al casoClearstream), los problemas de la inmigración, etcétera. Pero apenas aludió, en una frase, a la soterrada ofensiva del islamismo radical. En cuanto a las soluciones concretas, a su programa preciso de reformas indispensables, aún subsisten incógnitas. Es la hora de tu tila, murmura tía Mercedes. ¡Tila, yo! A esta señora la expulso; si no me ama, ¡fuera!

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