Otro atentado antisemita ha tenido lugar la noche del sábado al domingo pasados, esta vez en el centro de París, en el distrito 11, calle Popincurt, cerca de la Plaza León Blum. No se trata de una sinagoga, o un centro cultural judío, como tantas otras veces, sino de un centro de ayuda social, que entre otras actividades caritativas, se dedicaba a dar de comer gratis a los pobres de la zona. La condena de la clase política ha sido muy amplia, y el domingo por la mañana, el Primer Ministro Raffarin, y el alcalde de París, Delanoe, visitaron el lugar del atentado, y declararon que el antisemitismo y el racismo eran intolerables. El Presidente Chirac envió un mensaje indignado, pero algunos, como el Gran Rabino de París, y la Unión de Estudiantes judíos de Francia, declararon que ante el aumento de los atentados antisemitas, las buenas palabras ya no bastaban, que se necesitaban actos.
Es cierto que las agresiones antisemitas se multiplican y sus autores siguen tan tranquilos. Como las otras, ésta iba acompañada de pintadas antisemitas, de cruces gamadas nazis, y, lo cuál es relativamente nuevo, del eslogan: "!Hitler tenía razón!". Todo esto crea una psicosis enfermiza, que en gran parte explica la actitud de desequilibrados, como aquella mujer que se inventó una agresión antisemita en un tren de cercanías, o el caso de este loco, quien después de haber profanado un cementerio judío cerca de Lyon –son muchos los cementerios judíos profanados-, y bestialmente agredido a un joven árabe, va a entregarse a una comisaría del distrito 18 de París, y declara: "Quería que se hablara de mí". Todo esto huele mal, y no es de fácil solución, porque a las autoridades les da verdadero pánico tener que detener a los autores de estos atentados antisemitas, en su mayoría franco–musulmanes. Temen las represalias terroristas, y temen enfadarse con los países árabes.