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Carlos Semprún Maura

Bailando con lobos

Gerard Schröder estuvo en París para la cumbre del eje del mal francoalemán, y aprovechó esta ocasión para dar una conferencia, amplios fragmentos de la cual fueron publicados en el vespertino Le Monde. Se trataba de explicar el porqué y la filosofía de sus reformas, que tantos obstáculos encuentran en Alemania.
 
Sus problemas son muy parecidos a los de Francia, y otros países europeos (salvo España, claro: con Zapatero ya no hay problemas, ya no hay nada). Constatan que la población envejece, y que la proporción de pensionistas aumenta considerablemente, mientras que la de los activos se reduce, como en todas partes, que el Servicio de Sanidad estatal está en crisis, porque resulta demasiado caro, que el paro aumenta, y que el Estado de bienestar va a la ruina, por estos y otros motivos. Sus soluciones se parecen a las que intenta aplicar, sin éxito, el Gobierno francés, pero con más firmeza, eso aparenta, y algo más reformistas que en Francia.
 
Por ejemplo, han creado un fondo de pensiones privadas, garantizadas por el Estado, que se añadirían a las estatales, cuyas cotizaciones, de todas formas, deberán aumentar; y en cuanto a la lucha contra el paro, han adoptado medidas, digamos holandesas o británicas, que consisten en alicientes para encontrar empleo, en vez de subvencionar indefinidamente a los parados. Son sólo ejemplos.
 
Unas frases de Schröder me llamaron la atención: afirmaba que el régimen federalista alemán, con sus Lander, constituía un obstáculo a las reformas, sin precisar en qué consistía exactamente dicho obstáculo, con lo cual uno se queda con la impresión de que lo que denunciaba era el hecho de que cuando Berlin decide una reforma, Barcelona (bueno, Baviera, pongamos) podía oponerse a ella. Es la primera vez que leo una crítica del sistema federal de los Lander, generalmente loado como éxito ejemplar para toda Europa. Cabe preguntarse, en efecto, si a la hora de la mundualización y de la hipotética construcción de Europa, la permanencia de las baronías regionales, autonomías, la multiplicación de diminutos centros de poder locales, no han caducado, convirtiéndose en obstáculo, y no sólo para las reformas, para todo. La Torre de Babel no fue un modelo de democracia.
 
Mientras tanto, en Francia, las reformas siguen paralizadas, pese a que otro de los obstáculos sean los sindicatos, que aquí sólo representan el 9% de los asalariados, mientras que en Alemania, se afilia más del 40%.
 
Y la actualidad nacional se centra en el Festival de Cannes, no por lo del cine, que es lo de menos en este caso, sino por los intermitentes. Han invitado a José Bové, lo cual tiene su lógica, es el arquetipo del intermitente del espectáculo, en su caso no cinematográfico, pero espectáculo evidente, y además se le puede alquilar barato. No sé si fue su presencia en Cannes, el pasado sábado, o si ya estaba previsto, el caso es que las primeras trifulcas ocurrieron cuando se plantó allí: los intermitentes ocuparon un cine para proclamar sus exigencias de convertirse en “artistas del pueblo” a la soviética, y la policía les expulsó manu militari. Hubo porrazos y puñetazos y gritos de: “¡Viva tu madre, cachonda!”. Es probable que la CGT quiera vengarse, y otros jaleos son previsibles, porque la lucha contra la derecha así lo exige.

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