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Carlos Semprún Maura

Breves instantes de normalidad

En medio de la cacofonía ambiente, dedicaré unos instantes a la normalidad, o sea a la huelga de transportes. Vieja tradición francesa, rito obligado, la huelga de transportes no necesita la menor justificación, aunque se agiten, para el patio, un abanico de reivindicaciones, siempre las mismas: salarios, pensiones, empleo. La peculiaridad del sector transportes es que constituye uno de los últimos feudos comunistas, con, a la vez, el ministro del ramo y el secretario del sindicato comunista CGT. Siendo tan objetivo como soy, debo reconocer que los salarios, en general, no han aumentado, habiendo mantenido el Gobierno un chantaje constante, basado, primero, en el crecimiento vertiginoso del paro, y luego en las 35 horas. “Ya que os regalamos tiempo libre, no vais a exigir además aumentos”, declaraban a sus sindicatos. Porque ésta ley autoritaria, transforma una realidad positiva, la reducción de los horarios en ciertos sectores, en un aquelarre burocrático, que cuesta caro. A los contribuyentes ¿a quién va a ser?

Por cierto, hemos recibido nuestros formularios de Hacienda sobre los próximos impuestos, y hemos constatado que no habían disminuido en absoluto, pese a las embusteras promesas gubernamentales.

Un pequeño detalle del mundo laboral que ha sido silenciado en Francia: la empresa Michelin, que se había visto envuelta en una marabunta de protestas y amenazas, debido a su modesto “plan social” (léase despidos), ha decidido montar sus modernas fábricas, que producen más, más deprisa y más barato, con 20% de mano de obra y 80% de automatización, fuera de Francia, y concretamente en España. Lo cual constituye una gran victoria para el chovinismo del proletariado francés y de sus sindicatos.

Comentaba yo el tono displicente de la prensa francesa en relación con un supuesto pánico en los USA, pues fíjense si no les ha entrado verdadero pánico con las falsas alarmas de envío de ántrax por correo. ¿Qué será si un día es cierto, como en los USA? He notado que una oficina de correos de los arrabales parisinos, había cerrado 48 horas, asustados todos, porque se había descubierto un sobre dirigido a Osama bin Laden, lo cual, a todas luces, no era ni podía ser más que una broma de muy mal gusto.

También tenemos en el menú el escándalo político del día: un libro, Matignon, Rive Gauche escrito por el jefe de gabinete de Lionel Jospin, Olivier Schrameck. En él se critica a todo el mundo y se ensalza a Jospin. Se mete con Jean-Pierre Chevenement, quien dimitió por el asunto corso; con Claude Allègre, quien fue dimitido fulminantemente, porque intentaba, torpemente, reformar la Educación Nacional, reforma tan imposible como urgente. Pero, sobre todo, claro, se mete con el presidente Chirac. Bajo el pretexto de criticar los defectos, reales, de la cohabitación, éste libro sólo es una bomba bajo la butaca del Presidente. O más bien un petardo. Todos los jefes de los grupos parlamentarios de la oposición han exigido la dimisión del jefe de gabinete, alegando que un alto funcionario como él, tiene un “deber de reserva”. Este martes, en la Asamblea Nacional, Jospin defendió a su mayordomo, en nombre de la libertad de expresión.

Desde luego la propaganda electoral también forma parte de la libertad de expresión, muchas veces su parte más negra. Yo no siento la menor simpatía política por Chirac, pero viendo cómo y con qué métodos, infundios, presiones sobre los magistrados, bulos judiciales que se desinflan uno tras otro, libros como éste, y lo que, morena, te rondaré, llego a la conclusión de que sus enemigos son peores.

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