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Carlos Semprún Maura

Cal y arena

desde tiempos de Giscard una ley favorece el “reagrupamiento familiar”, y los musulmanes tienen derecho y facilidades para traer a Francia a sus cuatro esposas y a sus numerosos hijos

Habló el Presidente, y no dijo nada. Votó el Parlamento, pero a la chita callando. Sin exagerados discursos, al menos, una medida de orden público: la prolongación por tres meses del estado de emergencia. El Gobierno, frente al levantamiento de los suburbios más grave extendido y violento de toda su historia: unos 15.000 coches incendiados, escuelas, iglesias, edificios públicos atacados, disparos contra la policía, violencia de toda índole, y dos muertos –muy olvidados–, ha respondido como todo Gobierno tiene la obligación de responder: lanzando a la policía para frenar la insurrección.
 
Con cierto éxito, las violencia disminuye. Un inciso. Estos pobres, lo son con coches, televisión y vivienda. No tienen nada que ver con los suburbios de Calcuta o México. Donde el error resulta abismal es en la “explicación” de las causas y en el catálogo anunciado de “soluciones”. Parece como si se tratara de una población de pigmeos, o de extraterrestres, cuyas motivaciones ni se entienden, ni se explican, pero que hay que tratar caritativamente en nombre del espíritu republicano. Pues no, en su inmensa mayoría los casseurs incendiarios son ciudadanos franceses, con los mismos derechos y deberes que los demás, todos iguales ante la ley, y si en la práctica no siempre es así, la culpa la tienen tanto el estado y sus autoridades locales, como el virus islámico, pese a que la referencia al islam siga siendo el tabú absoluto. Por ejemplo, se ha intentado o logrado, incendiar varias iglesias y Chirac no ha dicho nada. Se han lanzado cócteles molotov contra tres mezquitas, sin gravedad y Chirac ha protestado airada y oficialmente. Otro ejemplo, en una de las más violentas noches de trifulcas, se sorprendió a unos policías apaleado brutalmente a un joven incendiario. Resultado: un policía detenido y tres sancionados en espera de juicio. Los sindicatos de policía protestaron con más indignación aun cuando se supo que la víctima fue detenida dos noches más tarde, porque apedreaba a bomberos que intentaban apagar un incendio. Yo no soy partidario de la “violencia policial”, pero ¿quién es el guapo capaz de definir las reglas de la “buena educación” cuando se lanza a la policía con porras y granadas lacrimógenas para disolver cuanto antes a los manifestantes? Pero, claro, no se trata de eso, detienen a un policía, a bombo y platillo, para apaciguar a los islamistas y sólo logran indignar a sus colegas.
 
Sesudos sociólogos explicaron hace ya tiempo que las tres vías principales para la “integración” (palabra ambigua), fueron la escuela, la mili y el empleo. Hoy la escuela está por los suelos, la mili no existe y el paro no cesa. No me parece del todo falso, efectivamente, pero hay que añadir el virus islámico para comenzar a entender el problema. En cuanto a las medidas anunciadas, ya se verá no pasan de ser papel mojado. Pero ya se puede anunciar que si chavales de 14 años no van a la escuela obligatoria, menos irán de aprendices a las empresas. Aumentar las subvenciones a las asociaciones, representaría, en muchos casos, recompensar a los culpables, o sea, a los imanes. Dedicar más dinero a la enseñanza tampoco servirá de nada, si no se reforma el espíritu y el contenido que la mayoría (UMP) dice haber encontrado en la supuesta clave del problema y su solución: la poligamia, que hay que suprimir.

Efectivamente, desde tiempos de Giscard una ley favorece el “reagrupamiento familiar”, y los musulmanes tienen derecho y facilidades para traer a Francia a sus cuatro esposas y a sus numerosos hijos. Como la ley sólo prevé el subsidio familiar a una esposa y a sus hijos legítimos, las otras cobraban subsidios bajo concepto de “madres solteras” ... Lo dicho, el aquelarre viene de lejos y no tiene solución cuando nadie quiere enfrentarse a la cuestión esencial: la reconquista democrática de los suburbios contra el islam y, subsidiariamente, contra el tráfico de drogas.

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