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Carlos Semprún Maura

Cien días

Como escribe el brillante columnista de Le Figaro Stephane Denis, de Villepin “confunde la política con la elocuencia”, y, claro, en cien días se pueden pronunciar cien discursos

Una cosa resulta evidente: Dominique de Villepin no es supersticioso, a menos que sea tan atolondrado que ni se dé cuenta. Autor de un libro sobre los “gloriosos cien días de Napoleón”, repite como eslogan publicitario de su llegada a Matignon, ese mismo lema de los cien días, esta vez para convencer a los franceses que es el mejor. Parece olvidarse de que al cabo de esos famosos cien días, Napoleón terminó confinado en Santa Elena, y por lo tanto dicha aventura fue un rotundo fracaso para él, y un alivio para Europa. Otro dato: hizo una florida campaña a favor del “sí” a la Constitución europea y como guinda en ese pastel electoral, escribió un libro a cuatro manos con un ex ministro español, sin percatarse que ese señor –un tal Semprún, Jorge–, es gafe, y, claro, triunfó el “no”. Tan gafe será ese ex ministro español que, encabezando la lista de intelectuales galos partidarios de la victoria de Lionel Jospin en las presidenciales de 2002, éste consiguió una histórica derrota. Jamás ni él, ni el PS, lograron menos votos, menos incluso que Jean-Marie Le Pen.
 
Pero no es necesario ser supersticioso o gafe para afirmar que de Villepin va a fracasar, primero porque cien días no bastan para hacer nada, teniendo en cuenta la situación francesa de paro, la deuda pública, y demás problemas tan graves como candentes. Y, en segundo lugar, porque de entrada lo está haciendo muy mal. Como escribe el brillante columnista de Le Figaro Stephane Denis, de Villepin “confunde la política con la elocuencia”, y, claro, en cien días se pueden pronunciar cien discursos. Yo añadiría, por mi cuenta, que también confunde la cursilería con la cortesía. Antes del tradicional discurso de política general y el asimismo voto de confianza tradicional, que tendrán lugar esta tarde en la Asamblea, recibió en Matignon a las fuerzas vivas de la nación: sindicatos, patronal, parlamentarios, y como era de esperar, los sindicatos –de funcionarios– ejercieron su habitual chantaje: no se cambia nada, ni el Código del Trabajo, ni las 35 horas, ni el Lunes de Pentecostés, porque si no lanzamos a “la calle”. Como lo primero que han hecho los nuevos ministros de Educación, de Sanidad, etcétera, ha sido congelar en el acto todas las incipientes y muy timoratas reformas de sus predecesores, antes de tirarlas a la basura por pánico a esa misma “calle”, es de suponer que el primer ministro soltará parrafadas sobre el magnífico modelo de paro social francés, el mejor del mundo, a la vez que llamamientos a la voluntad, a la iniciativa, a la solidaridad, y al genio francés, el mejor del mundo.
 
Con la serenidad de los vencedores verdaderos, contemplamos el Waterloo de la Constitución europea. Ha bastado el doble “no” de Francia y Holanda, pero con la más alta participación electoral sobre cuestiones europeas, para que otros países la entierren o archiven. Reino Unido, Polonia, Dinamarca, la República checa, proponen un compás de espera para estudiar las formas que permitan proseguir con la colaboración entre los países de la UE. sin doblegarse ante la burocrática rigidez prevista en la difunta Constitución. Tony Blair, como futuro Presidente de la UE, a partir de julio, debe mostrarse conciliador y a la vez avanzar propuestas. Conciliador de cara a que la construcción europea debe continuar, aunque de manera diferente, que ciertos artículos constitucionales podrían salvarse y otros rechazarse a rajatabla, como la idea de aquelarre de un Ministro europeo de Relaciones exteriores, el cual, al no poder representar 25 opciones políticas distintas, y hasta opuestas, deberá limitarse a hacer el memo, como Solana, Javier, ex ministro gafe.

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