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—¿Has visto a Sánchez, últimamente?
—No. Hace cuatro años que no nos hablamos.
—Yo pienso verle la semana que viene... Pero ¿Qué me dices? ¿Cuatro años? ¿Y eso?
—Si le ves la semana que viene, ten cuidado, ese tipo es gafe.
—¿Gafe? Pero ¿Qué me dices? ¿Gafe? ¡Qué tontería!
—Pues, tu dirás: llega al Gobierno español y hay una crisis, llega a Vivendi Universal y hay una crisis, acepta la presidencia de “Acción contra el hambre” (Francia) y hay una crisis; encabeza la lista de los intelectuales: “Jospin for President” y ya hemos visto los resultados.
—Pero ¡Qué tontería! ¿Nada de eso fue culpa suya!
—No estoy diciendo que su poder de maleficio sea todopoderoso, sólo que es gafe. No te voy a dar la lata con otros ejemplos, pero, ten cuidado.

Es cierto que, aparte del caso Jospin, obligado a jubilarse antes de lo previsto, el resto de las instituciones citadas han superado sus crisis, a veces para bien, o en todo caso, para mejor, como en España. Otras aún están en crisis, como Vivendi, y en cuanto a “Acción contra el hambre” (Francia) se trató más bien de un miniescándalo mediático, cuando la presidenta (¿Habrá dos presidentes, uno “de honor”?), o la directora general, dimitió para protestar contra los faraónicos sueldos que se pagaban ellos mismos, estos proxenetas del hambre real de los demás. Pero el otro día leí en El País un artículo de José Luis Leal, y me entero de que es presidente de “Acción contra el hambre” (España). Conociendo a José Luis, estoy seguro de que piensa poder así realizar alguna acción humanitaria, y que lo hace benévolamente, sin segundas, ni “mordidas”, pero es que todas, o casi todas estas estafas humanitarias, estas ONG, necesitan taparrabos, gente ilustre y honesta, voluntarios generosos, como donaciones y subvenciones. Una persona como José Luis Leal a la cabeza, aunque sólo sea simbólica, de “Acción contra el hambre”, puede aportar bastante de eso, y si hay estafas, será el último en enterarse, ocupado como está, además, con la presidencia de la AEB. Su artículo Una guerra olvidada, trata de la catastrófica situación y la miseria en Guinea, ex colonia francesa, capital Conakry. Pero me imagino que no pudo, o no quiso, hacer un análisis político-histórico de ese país, aunque haga una breve alusión al “duro régimen comunista” que sufrió Guinea durante años, y que explicaría, en gran parte, la situación actual, porque en Guinea, como prácticamente en toda África, el origen de la miseria es político. Y Guinea sufrió una dictadura comunista, primero, y una dictadura militar, después.

Tras su vuelta al poder en 1958, el general de Gaulle, mientras intentaba encontrar soluciones a la tremenda guerra de Argelia, ofreció a las colonias francesas un nuevo estatuto de asociación, algo que se parecía al “Commonwealth” británico. Esquemáticamente, puede decirse que dicha asociación consistía en que Francia se quedaba con las materias primas y el petróleo, dejando a los jefes de estado locales la responsabilidad de encarcelar o asesinar a los descontentos y disidentes. Claro, no todos los jefes de estados africanos fueron igualmente sangrientos dictadores, aunque la democracia brillara –y sigue brillando– por su ausencia. El peor de todos fue Sekú Turé, presidente-dictador de Guinea, ya en el poder cuando de Gaulle hizo su propuesta y que se negó rotundamente a aceptarla. Sekú Turé impuso a su país una férrea dictadura comunista, o, si los finolis discuten esta calificación, una dictadura de partido único (marxista africano), con absoluto control estatal de la economía y de toda la sociedad, o sea lo mismo con la misma represión policial.

Como ocurre en las novelas, el mismo viernes 26, en el que leí el artículo de Leal, cené en casa de un viejo amigo, y como hemos agotado nuestras disputas ideológico-políticas, seleccionamos tácita y hábilmente los temas de discusión, menos conflictivos. Como alguien, durante la cena, nos preguntaba desde cuando nos conocimos, “¡Uy, desde 1949 ó 50, respondimos”. En una tertulia del Royal Saint-Germain, –un brasserie adonde íbamos porque era mucho más barata que el Flore, justo enfrente– Yves-Edouard, contó una anécdota que yo ya conocía: estando en Conakry como cooperante (es profesor de Historia, hoy jubilado, pero estuvo muchos años en diferentes países africanos , y ha escrito varios libros, todos muy tercermundistas, sobre estos temas) un día se topó con un bar-restaurante del centro de la ciudad, que también se llamaba Le Royal Saint-Germain. La cosa le intrigó, lógicamente, y se informó. Resultaba que un cocinero de la brasserie parisina, de vuelta a su país con algún ahorrito, abrió dicho restaurante y le pareció muy chic llamarlo así. Por lo visto, tuvo tanto éxito que los ministros guineanos, cada días más numerosos, acompañados de secretarias, amigos, colegas, policías y burócratas, iban a comer o cenar. Y, claro, no pagaban. ¿Cómo iban a pagar si estaban construyendo el socialismo? Al borde de la ruina, el propietario se quejó a las autoridades. Ese grave asunto de estado llegó hasta el despacho de Sekú Turé, el cuál ordenó fulminantemente fusilar al imprudente e infeliz propietario del Royal Saint-Germain de Conakry.

Esta anécdota siniestra sólo constituye un diminuto botón de muestra de la ferocidad de Sekú Turé y de su régimen, infinitamente más sangriento que el de un Pinochet, y tal vez hasta el de Fidel castro, que ya es decir. Además, Sekú Turé, no fue un dictadorzuelo cualquiera, como ese Fidel Castro. En ciertas américas y en Madrid, Turé fue el líder revolucionario africano con más prestigio... en París. En el libro de Franz Fanon Los damnificados de la tierra, con prólogo de Jean-Paul Sartre –libro que se convirtió en la Biblia de los señoritos tercermundistas europeos, y en el que afirmaba que el dichoso proletariado de Marx se había aburguesado (¡Y tanto! ¡y menos mal!) y traicionado a la revolución– proponía como sustituto a los pueblos del “tercermundo”, quienes mediante la más extrema violencia revolucionaria, lograrían esa meta histórica. Pues, en ese libro, Fanon, médico antillano, que trabajaba para el FLN argelino, ponía a Sekú Turé como ejemplo y modelo luminoso, líder histórico de la revolución africana. Y no sólo porque había fusilado a un tabernero, se entiende.

Yo no soy de los que tienen una visión unívoca de la colonización: tuvo sus desastres e injusticias, empezando porque en la mayoría de los casos fueron guerras de conquista con masacres, y que muchas rebeliones posteriores fueron sangrientamente aplastadas. Pero no fue sólo eso, y pese al intolerable desprecio hacia los nativos, algo de educación, algo de desarrollo económico y otras cosas más más, acompañaron dicha colonización, y si el gran movimiento de descolonización, surgido tras la II Guerra Mundial por todas partes, fue un hecho históricamente justificado, y de todas formas inapelable, hay que reconocer que en África, la descolonización ha sido un desastre. Evidentemente, la guerra subversiva de la URSS en el seno de la guerra fría, ha asolado países como Etiopía, Mozambique, Angola, la propia Guinea, y aunque más indirectamente (sin mercenarios cubanos), Argelia. El neocolonialismo francés que aún impera, tampoco es un modelo de relaciones democráticas y libre comercio. Las cosas son muy complejas, pero el desastre está ahí, evidente, y sus causas son esencialmente políticas , y sus consecuencias guerras sin fin, masacres de inocentes y miseria.

Tomemos, para cambiar, el ejemplo de Sudáfrica, el país más próspero del continente. Desde luego, yo como tantos, aplaudí el fin del apartheid, esa marranada, pero no soy optimista en cuanto a su futuro. No se trata, no seamos imbéciles, del color de la piel de los actuales dirigentes, sino de que son de izquierdas. Cuando se declara oficialmente, desde la cumbre del estado, que la epidemia del SIDA, que hace estragos, sólo se curará con la lucha de clases; cuando asistimos –de lejos– a las manifestaciones antidemocráticas y antisemitas de Durban, por ejemplo, uno puede legítimamente inquietarse ante el peligro de decadencia política y económica de ese gran país. Me temo que pretendan construir el socialismo. Y si ese señor gafe va a Durbán para conferenciar sobre Buchenwald, estamos, otra vez, realmente perdidos.

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